Autor: Alejandra Salazar Castaño*
Si bien el romanticismo tiene origen en Alemania a finales del siglo XVIII, su huella puede rastrearse a lo largo del siglo XIX, tanto en los países americanos como en los del extremo asiático. En Estados Unidos, escritores celebrados como Walt Whitman y Emily Dickinson han sido vinculados a este movimiento; esto no quiere decir que al ser adjetivados como «románticos» sus obras sean idénticas, tampoco que su singularidad impida tender puentes entre ambos. Así como el dios romano Jano tiene dos rostros —uno que mira el día, otro que observa la noche; uno que mira al futuro con esperanza, otro que observa la muerte en silencio—, y sabe, por ello, con sus ojos eternos, que nacimiento y muerte forman parte de un mismo gesto, Whitman, con su «romanticismo claro», y Dickinson, con su «romanticismo oscuro», miran en direcciones opuestas, pero manteniendo así el equilibrio del universo poético.
Aunque sus vidas nos parecen muy dispares, como afirma Alberto Blanco, «el mundo no fue extraño a ninguno de los dos. Lo conocieron, lo gozaron, cada uno a su manera. Walt Whitman lo hizo con vista telescópica; Emily Dickinson lo hizo al microscopio, casi sin tocarlo, casi sin hablar, con un cuidado infinito …» (5). En cuanto a sus obras, ambos rompieron con las formas tradicionales de la poesía, ya fuera renunciando al metro y a la rima, como en el caso de Whitman, o permitiendo la irrupción de una poética sumamente moderna en el metro y en la rima, en la sintaxis y en la puntuación, en el caso de Dickinson (Blanco 6).
Para Whitman, como para muchos románticos, en la naturaleza se encuentran las huellas de Dios y, por tanto, es lo infinito representado en gestos sensibles, incluso en los más pequeños, como la hierba que crece en el estío y que el poeta observa. Cuando el ser humano entra en comunicación con ella, adquiere una libertad mayor. Por eso el poeta va al bosque y se desnuda para gozar de su contacto: «Me gusta olfatear las hojas verdes / y las hojas secas, / las rocas negruzcas de la playa / y el heno que se apila en los parajes» (2). Sin embargo, esa comunicación ilimitada con el mundo no es extensible a Dickinson; en ella, más que comunicación, hay aislamiento y soledad. En el poema 50 dice: «No se lo dije al jardín todavía — / (…) No tengo suficiente fuerza ahora / para decírselo a la abeja / (…) que alguien tan tímido — tan ignorante / tenga el descaro de morir» (40-41).
En la poesía de Whitman hay un elemento transversal al movimiento romántico: la exaltación de la libertad y la visión de la sociedad como coartadora de la misma. Por ello, el sujeto lírico de «Canto a mí mismo» quiere que callen las escuelas y los credos, se rebela a su influjo para entrar en contacto desnudo con el mundo (1-2). El sujeto lírico de Whitman se une con la totalidad del universo; en su poesía se disuelve toda división y toda diferencia: no hay propiamente un yo y un otro, no hay tampoco un mundo, no hay vida ni muerte, no hay cuerpo ni alma. Dice: «He oído a unos juglares que hablaban del comienzo / y del fin. / Pero yo no hablo del comienzo y del fin» (2). Y continúa: «La hojita más pequeña de hierba nos enseña que la muerte no existe / que si alguna vez existió, fue sólo para producir la vida» (6). Por el contrario, el sujeto lírico de Dickinson es introspectivo, se dirige a las profundidades de su ser, roza con el enigma y el silencio. En el poema 670 escribe Dickinson: «No es necesario ser un cuarto — para estar embrujado — / ni una casa — / el cerebro tiene corredores — que superan / los lugares materiales —» (211); en esa casa embrujada que es nuestro ser habita un huésped capaz de producirnos más horror que la visión de un fantasma a medianoche o la presencia de un asesino en nuestro apartamento. De modo que, si Dickinson canta para apartar la oscuridad, Whitman lo hace como un canto de fe capaz de impregnarnos de una confianza luminosa.
Referencias
Blanco, Alberto. Prólogo. Emily Dickinson. Universidad Nacional Autónoma de México, 2011, 4-7.
Dickinson, Emily. «50». Poemas. Traducido por Silvina Ocampo, Austral, 2019, pp. 40-41.
---. «670». Poemas. Traducido por Silvina Ocampo, Austral, 2019, pp. 211.
Whitman, Walt. «Canto a mí mismo». Biblioteca Universal, https://biblioteca.org.ar/libros/157154.pdf. Consultado 2 de abril de 2021.
Alejandra Salazar Castaño es arquitecta egresada de la Universidad Nacional de Colombia y estudiante del programa de Estudios Literarios de la Universidad Pontificia Bolivariana. Desde el 2015 es miembro activo del Centro de Estudios Estanislao Zuleta (CEEZ), una organización social sin ánimo de lucro de la ciudad de Medellín que busca contribuir a la formación de ciudadanías críticas con capacidad para analizar y entender las problemáticas de su realidad social. Actualmente es directora del Comité Editorial del CEEZ, el cual tiene como principal tarea llevar a buen término las publicaciones vinculadas a Proyecto Ediciones, sello editorial de dicha organización.
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