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Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Reseña: Vean vé, mis nanas negras

Autor: Salomé Quintero Moreno*


Vean vé, mis nanas negras

Amalia Lú Posso Figueroa

Ediciones Brevedad

Bogotá, 2001, 189 p.


En Vean vé, mis nanas negras cuerpos femeninos diversos y subversivos se establecen como eje para guiar un recorrido por el Chocó en el que, sin dejar de lado la pobreza y violencia de la que han sido víctimas los habitantes de la región, se presenta una tierra vital y alegre, donde la picardía, la rebeldía y el erotismo atraviesan las relaciones sociales y de los sujetos con su entorno. En cada uno de los veintiséis relatos que componen el libro, Posso cuenta la historia de una de las nanas que la cuidó y acompañó durante su niñez, y que, sobre todo, le enseñó a vincularse con el mundo a través de los sentidos y a amar su territorio: el Pacífico colombiano. Para desarrollar los relatos, a cada nana le sitúa el ritmo en alguna parte del cuerpo. Así, nos encontramos con vidas, paisajes y amores conquistados por la potencia y fuerza contenida en unos hombros, unas nalgas, una lengua o en un susuné.

En las historias resalta el tratamiento desinhibido de la sexualidad femenina. El deseo se presenta como parte fundamental de la experiencia vital. Con eso, atender los pedidos del cuerpo, en lugar de representar una ruptura con algún orden que rige y limita los comportamientos, responde en el libro a la forma en la que habita el espacio una comunidad cuya relación con la naturaleza es estrecha y se retroalimenta en las dinámicas que ella misma muestra e impone. El río, los animales, la selva y la lluvia median los vínculos de las nanas con sus cuerpos, a la vez que, en una entrada de fantasía cercana al realismo mágico que aviva los relatos y constituye un gesto que reivindica la relevancia y el poder que tiene la mujer dentro de la sociedad chocoana, ellas parecen tener la capacidad de establecer comunicación, controlar, predecir y alterar los órdenes de lo que las rodea. Que sea por medio del ritmo que se localice la energía de los cuerpos es también muy significativo cuando se piensa en el papel fundamental que este ha ocupado en la formación de un imaginario negro entre las poblaciones afrodescendientes, como lo es la inmensa mayoría que habita el Chocó y todo el Pacífico colombiano.

Al elemento del ritmo se le suman otros dos rasgos culturales característicos de las negritudes: la música, que es el centro de la vida social y espiritual, y la tradición oral, expresión que teje un entramado que los sostiene y cohesiona. Posso logra amalgamar en el libro las tres dimensiones que, en efecto, en el marco de las costumbres afrocolombianas, se viven sin las delimitaciones categóricas propias del eurocentrismo. Para hacerlo, se esfuerza por mantener la viveza y soltura del habla popular. Aparece entonces en los relatos una prosa rimada donde se hace énfasis en los rasgos y expresiones dialectales propios de la región. Además, el uso de expresiones onomatopéyicas es frecuente y se permiten interrupciones al texto que dan entrada a letras de canciones representativas del folclor pacífico, y, más importante, a las partituras en las que están escritas las melodías de esas canciones. En las historias se narra y explica la congregación alrededor de distintas ceremonias que caracterizan a la comunidad e involucran la palabra cantada, como son los alabaos y arrullos en los velorios y novenarios.

Se hace manifiesta una oposición entre la visión de mundo occidental, que ha guiado el proyecto nacional colombiano, y la afrocolombiana, antagonismo determinado por los regímenes que cada comunidad ha usado para organizar y gestionar los horizontes de sentido. La primera, a través del escrito; la segunda, del oral. El relato de Secundina Caldón, en el que Floremiro Agualimpia Cañadas intenta usar un libro de botánica, Ciencias de la tierra, para enseñarle a la nana a leer, es una muestra clara de esto: “Este libro no me está gustando, la mayoría no lo entiendo y cuando capto un ítem, me le ponen calentura y pres pres a los árboles, a las flores y a las matas chiquititas también. Ay hombre, ¿será que los blancos no tienen oficio?” (26). Las características de los regímenes atraviesan, inevitablemente, todo el vínculo de una comunidad con el mundo. Secundina, que nació con el ritmo en la siembra (esto es, en sus manos) y manejó la tierra solo a partir del poder y talento que cargaba su cuerpo, se establece aquí como uno de los símbolos que, por el contraste que delinean frente a las dinámicas que han orientado la construcción del imaginario nacional colombiano, hacen que resuene con fuerza el reclamo que realiza el libro de una narrativa de nación más incluyente.

El discurso institucionalizado de nación colombiana que enaltece la diversidad tiene relevancia en la medida en que la exaltación de ese elemento resulta eficaz a la hora de construir una idea conmovedora y superficial de identidad en círculos que, en la práctica, se mantienen al margen de las realidades y territorios que hacen que el país, efectivamente, tenga esas características; además de que constituye una herramienta útil para instaurar imágenes que benefician el mercado de turismo al establecer a Colombia como sitio idóneo para conocer culturas y paisajes heterogéneos. Sin embargo, cuando se trata de asumir que las diferencias que caracterizan al territorio representan el reto difícil de lograr una integración amplia e incluyente, el entusiasmo por ser un país diverso desaparece. Vean ve, mis nanas negras, denuncia el fracaso de esa dinámica engañosa y defiende la cosmovisión de un pueblo que ha quedado al margen de la construcción de nación.

La literatura expresa y retrata a la sociedad; al hacerlo, la inventa, la cambia, la contradice o la autoriza. Darle lugar en las letras a la representación de comunidades afrocolombianas que por tradición han estado excluidas de las esferas académicas visibles, es, entonces, una forma de resistir a la opresión. Ahora, el esfuerzo por plasmar en lo escrito la energía y la fuerza de las costumbres y la tradición oral de un pueblo desde la mirada trasversal que propone Amalia Lú Posso, constituye un intento paradójico pero revitalizante y urgente de revertir la forma en la que se ha entendido la literatura en Colombia utilizando el arma misma que instauró los órdenes rígidos que aún nos gobiernan. Hoy, el diálogo entre las diferentes tecnologías de la palabra abre puerta a la preservación y protección de culturas y a una educación de públicos amplia. Eso es fundamental cuando se entiende que el lenguaje poético en el país se ha vivido de formas múltiples y el estudio e integración de todas esas es un reto metodológico que demanda que se abandone el culto a las letras y la premisa de que toda literatura debe alimentarse de la tradición clásica europea. El libro reclama todo esto: que se abra paso a una literatura colombiana construida a partir de polifonías, y, con eso, a una nación plural e incluyente.

De esta manera, todos los relatos parecen una prolongación de la primera y más importante consigna que Amalia Lú Posso gritó en su vida: “¡Viva el Chocó!” (158). Después de migrar hacia Bogotá a los trece años, contagiarse en la Universidad Nacional de la fiebre roja y, posteriormente, decepcionarse de una lucha corrompida, encontró en la literatura una vía para desarrollar su acción política y explorar su identidad como mujer negra. Este libro constituye no solo una crítica y llamado de atención al círculo de la literatura colombiana y a los sistemas andinocéntricos que orientan nuestras expectativas y comportamientos, sino también una pauta para el desarrollo de narrativas complejas que logren abarcar las distintas dimensiones en las que, en simultáneo, se vive el lenguaje poético en Colombia.



Salomé Quintero Moreno (2000). Estudia música con énfasis en canto en EAFIT y Estudios Literarios en UPB.

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