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Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Los nueve mil millones de nombres para una hoja

Autor: Maurizio Binda Saffon


Estudiar literatura es darse cuenta de que no tenemos idea de lo que significa ‘literatura’. Uno sabe que ha ido avanzando en los semestres de la carrera cuando se aleja más de la idea de que sabe definir ‘literatura’ y se da cuenta de que existeporque tiene nombre, pero es más un espíritu al que le rezamos los autores cuando escribimos, pidiendo que, por favor, habite nuestras letras, amén, o un compañero de trabajo que aparece cuando menos lo esperas y hace la parte de la entrega que no le correspondía mejor de lo que tenía derecho a hacerlo.

Tenemos una noción de qué puede ser y de dónde encontrarla, pero no podemos apuntar con el índice a algo y gritar ‘¡Eureka! ¡He encontrado la literatura!’ sin quedar como un iluso del que se van a burlar en un par de minutos. Eso, o que la gente que está pasando al lado tuyo te mire raro porque estás señalando un vestido y gritándole. Sea el caso que sea, no nos hagas pasar pena así, ¿quieres? Es suficientemente vergonzoso decir que estudiamos literatura como para que estés sumando a estereotipos.

De tener que aportar algo a esta conversación, y corriendo el peligro de perder un par de amistades en el proceso, puedo decir que la literatura es algo como lo que hace la gravedad con la luz; cuando la luz se distorsiona en una imagen del espacio profundo, es un indicio de que hay algo que está provocando que eso suceda, como un planeta grande o un agujero negro. En otras palabras, podemos aproximar la literatura más a un fenómeno que a una definición.

Y, por eso, encontré algunos fenómenos que pueden ayudar a construir una imagen de lo que puede ser:

Hay literatura en saber que el nombre de las nubes es 'Heraldos del Atardecer', que el mar es de tinta y que el cálamo es el compás que lo descubre, que el tejido de Penélope es bello por ambas caras, que las palabras son una lija y que lamentamos el aserrín de lo que no pudimos nombrar.

Hay literatura en el perfume de la flor que abre para marchitarse en un par de horas, en conversar en voz baja para que las plantas puedan dormir, en el bramido de los músculos cuando se ejercitan, en las lágrimas de la vela porque sabe que se le va a acabar el tiempo, en que el viento suspire y los pájaros sollocen con él.

Hay literatura en la risa llorosa de la recién casada bajándose del altar, en el llanto risueño del chiquito al que se le hacen caras bobas para que se olvide de su raspón, en imaginarse la vida de alguien desde su extraviada lista de compras, en llamar a tu buen amigo para preguntarle por sus maticas.

La literatura es humo en mi mano. Por más que me quiera aferrar a él dándole nombre y formando las imágenes que puedan traducirse de eco a escritura, la pérdida que siento cuando no la logro atrapar, pese a saber que la tuve en mi palma, así sea por un momento, hace que la vuelva a buscar en otras palabras, otras páginas, otras vistas.

Carajo, definí literatura. La cagué. Mala mía.


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