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Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Los doce asaltos

Autor: Miguel Aguirre Bernal*


¿Cómo es que llegué a esto?, me pregunto, mientras reevalúo las decisiones que he tomado a lo largo de la vida y que me han traído hasta aquí. Los pongo en contexto: en esta esquina del ring está el celebérrimo Carlos Fuentes, escritor del boom, conocido en todas las latitudes, candidato por muchos años al Nobel de Literatura; en la otra esquina está el flacucho de Luis Tejada, de pies ligeros, lengua punzante, cronista y ensayista colombiano que, a pesar de estar en mi podio de favoritos, parece encogerse ante la sombra de este titán. Y no es que crea que la obra de Tejada palidezca frente a la de Fuentes (al fin y al cabo, por algo es él y no el mexicano quien está entre mis autores de cabecera), sino que sus obras son tan dispares que enfrentar a ambos en una pelea de boxeo, o en un ensayo comparativo, que viene a ser casi lo mismo, raya en el cuento de fantasía. Simplemente no funciona, no sirve, no es algo que se pueda hacer. Es mezclar categorías, poner en un mismo cuadrilátero a un luchador de peso ligero contra uno de peso pesado. Pero la directora del Consejo Mundial de Boxeo puso en mis manos el martillo y debo tocar yo la campana para que comience este combate inverosímil.

Lo primero que hay que anotar es que los escritores son más que su obra. De tanto usar la pluma para crear realidades, se vuelven ellos mismos personajes. Consecuentemente, son más que personas, son símbolos que cargan sobre sí un peso semántico específico. Carlos Fuentes no es solo un autor, sino un sabio, un catedrático, un rostro de México, también un viejo de bozo menudo y una figura que se enreda en los entresijos de la Revolución Mexicana, a la que retrató con su Artemio Cruz. Tejada, en cambio, es un joven funambulesco de pluma paradójica, que saltó de ciudad en ciudad y de periódico en periódico hasta extinguirse a sus veintisiete años, medio olvidado por la historiografía nacional, completamente olvidado por la continental. Vistos así, sin fechas ni precisiones, parecería que comparamos a un anciano consagrado con un jovencito novel que apenas si esbozó su obra. Y, sin embargo, puestos a revisar datos cronológicos, vemos que Fuentes nació cuando Tejada ya llevaba cuatro años muerto. Tejada es, por lo tanto, un precursor de Fuentes.

Apuntemos otras fechas. Tejada nació en 1898. Nueve años antes había nacido Alfonso Reyes, en 1889. Un año después nacería Borges, en 1899. Josefina Lozano debe esperarse hasta 1914 para dar a luz a Octavio Paz. Carlos Fuentes nace en 1928, el año en que, si hubiera vivido, Tejada habría cumplido treinta. Todo esto para señalar que Tejada hizo parte de la generación que, en el cambio de siglo, redefinió el ensayo hispanoamericano, sacándolo de las lides fundacionales para abrirlo a la discusión internacional. Fuentes habría de beber de esto para hacer su obra. El anciano, por lo tanto, tuvo que aprender, directa o indirectamente (probablemente lo segundo) del jovenzuelo.

No obstante, si nos detenemos en sus obras, percibimos la diferencia de edad. Fuentes, al menos en la “Ilíada descalza”, es reposado, sentencioso, razonador, erudito. Va en busca de la verdad, de dar cátedra, de agotar su tema. Cita a destajo y arriesga una interpretación global de Latinoamérica, comparada con una interpretación global de Europa. Habla de Teorías, con mayúscula, con seguridad de sabio, con pulso de experto. Resume el desarrollo de la literatura griega como paso del mito a la epopeya y de la epopeya a la tragedia. Dice de América, en cambio, que somos el tránsito doloroso de la epopeya a la novela. Tejada, en comparación, es nervioso y ligero, dueño de un ingenio vivísimo y de una pluma rápida y afilada. Busca el gesto polémico, la hábil paradoja, el humor desestabilizador, la carcajada, el juego, la suposición delirante. Le bastan unas cuantas pinceladas para plantear su punto, desarrollarlo con un par de ejemplos y cerrarlo con mordacidad. Más que sentar teorías, dispara opiniones con la precisión de uppercuts bien conectados. Fuentes construye; Tejada destruye. Incluso en la extensión de sus escritos se nota esta diferencia: Fuentes se demora catorce páginas (o veinte, dependiendo de la edición) en explicar su idea; a Tejada le basta página y media para dar su derechazo.

Ante el saber libresco de Fuentes, Tejada es un ignorante. Y claro que leyó, estudió, pensó, aprendió, pero siempre lo hizo con rapidez, con intuición, con cierta actitud hedonista, de diletante. Alberto Lleras, en un artículo muy elogioso (“Dos vidas paralelas: Emilio Becher y Luis Tejada”), dice que “era, como muchos de nuestros intelectuales, un maravilloso ignorante. Sabía ignorar. Sabía que ignoraba. Pero sabía también que aún las cosas más complejas cabían dentro de su comprensión en el momento indispensable”. Tejada era un pensador, no un erudito. Fuentes fue ambas cosas.

Pero eso no le quita méritos a Tejada, porque las letras, más que erudición, necesitan estro. Y Tejada, en esa coyuntura tan particular en la que vivió, logró dar pasos que no por ignorados son menos importantes. Dice Liliana Weinberg (“El ensayo latinoamericano entre la forma de la moral y la moral de la forma”), especialista en ensayo hispanoamericano, que luego de haber salido del fundacional 1800, el ensayo tomó dos rumbos en nuestro continente: el de Borges y el de Paz; el primero, hacia la ficción universalizadora; el segundo, hacia una poesía que repiensa identidades. Olvida, sin embargo, que Tejada ya había anunciado esa evolución, puesto que en sus ensayos se puede presenciar el cambio de paradigma y las dos futuras direcciones que tomarán las letras hispanoamericanas.

La primera producción de Tejada es todavía fundacional. “El pueblo”, “Los caminos”, “La posada de ‘El Buey’”, “El descubrimiento de Pácora”, “Los mendigos del camino” son todos ensayos y crónicas que lindan con el costumbrismo. “La raza triste”, por ejemplo, se limita a describir a los manizaleños. Más adelante cambia sus formas. “Fantasía en madera”, “Biografía de la corbata”, “El sombrero, refugio del alma”, “La ética del pantalón”, “El mito del fauno”, “El traje del hombre débil” son un anticipo del ensayo ficcional de Borges. Y luego vuelve a cambiar. “Méjico enseña”, “La revolución de la chicha”, “Yo me dejo la barba”, “Las pequeñas libertades”, “El salario de la mujer” ya apuntan a lo que harán figuras como Paz y Eduardo Galeano. En comparación, Carlos Fuentes es muy de la línea de Paz y hereda los logros de la generación precedente. En él no vemos el cambio de paradigma; vemos solamente el nuevo paradigma. Por ello, desde las letras repiensa, destruye y reconstruye lo que somos como latinoamericanos. Su obra avanza con seguridad arrolladora, seguridad de la que carecen los pioneros.

Llegamos ya al doceavo asalto. Los dos luchadores, a pesar de las diferencias abismales que los separan, siguen en pie. Las caras hinchadas, la nariz rota, un par de dientes caídos, unos hematomas que comienzan a amarillear y los golpes que siguen volando a diestra y siniestra. Los pies ligeros de Tejada le permiten burlar la guardia de Fuentes y conectar un par de jabs. El mexicano responde con un derechazo, que lanza a Tejada como una peonza contra las cuerdas. El colombiano se recupera y vuelve al asalto, pero, de repente, suena la campana. El árbitro los separa y cada uno vuelve a su esquina. Como no hubo knock-out, queda en manos del jurado elegir al ganador. Si estuviéramos en la película de Rocky, ganaría Fuentes. Pero, por suerte, estamos en libertad de reescribir el guion. Yo, el asunto, no lo voy a resolver. Por suerte, en un ensayo de verdad jamás debe haber respuestas definitivas.



*Miguel Aguirre Bernal. Profesional en Estudios Literarios de la UPB, actual representante del programa y miembro del Comité Editorial de la Gaceta el Galeón. Segundo puesto en el Concurso de Cuento Débora Arango (2012), premio Andrés Bello (2016) y finalista del Concurso de Cuento Andrés Caicedo (2017). Su relato “Crimen” aparece en la antología 8 cuentos (2017). Entre el 2019 y el 2020 dirigió el ciclo de conferencias El mapa de los objetos perdidos en Otraparte y durante tres años se desempeñó como guionista de videojuegos y experiencias interactivas en las empresas Indie Level Studio y Novotechno. Actualmente se dedica a la docencia.

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