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La seudofuga del viajero

Autor: Catalina Montoya


Podríamos decir, sin lugar a dudas, que desde que nacemos estamos en un constante viaje en el tiempo, y durante su travesía, estamos íntimamente ligados a él, y yo diría también, limitados por él. ¡Sí!, limitados, bastante restringidos por sus cerrojos invisibles, porque el tiempo no se ve, pero se siente, se padece en sí mismo. Él controla todo ser vivo o incluso inerte, solo basta ver la fachada externa de una casa abandonada que con el paso de los días se deteriora. Él controla desde lo más pequeño hasta lo más grande. Como le muestra el reloj biológico del cuerpo a la medicina, las células, que son las unidades mínimas de todo ser vivo, tienen una muerte programada, llamada apoptosis, lo cual es un tipo de suicidio celular. La edad de la célula es un desencadenante de este proceso, fenómeno que si se da en exceso no es más que el temido Alzheimer, la enfermedad que yo llamo el olvido del ser, y la cual no deseamos padecer. Y es que la edad es tiempo, aquel que interviene en la existencia, es ese lapso, esa línea en ocasiones muy delgada que une la vida con la muerte, incluso hay un hueso en el cuerpo del ser humano que lleva su nombre, el temporal, ubicado en la zona del oído, y como me dijo alguien muy cercano, es denominado así porque cuando una persona comienza a envejecer, es la primera zona donde surgen las canas, por lo que es un indicativo de la edad del individuo, es decir, aquella persona en cuyas patillas ya se vean visos plateados, se puede indicar que tiene sus buenos años, lo que me hace preguntarles, ¿Es acaso la prolongación de los años el verdadero dios griego que manipula y sopesa a su antojo el destino del hombre, o es acaso la verdadera balanza áurea tan preciada de Zeus?, porque en ocasiones pasa tan rápido frente nuestras narices, que no nos damos cuenta y anhelamos tener más tiempo para hacer infinidad de cosas, pero él mismo nos ata y nos lo impide. Y es que estoy completamente segura que han experimentado, al igual yo, el transcurrir de las horas rápidas en los mejores momentos como el de un beso y su lentitud en el hastío del vivir cuando el aburrimiento está servido; esta abrumadora paradoja de la percepción del lapso de instantes, la cual, leí por ahí, es debida a la duración de un latido del corazón, y al hablar de duración, irremediablemente hablamos nuevamente del conteo incesante en un calendario o en un reloj, reiterándoles así, que todos padecemos constantemente el transcurrir del tiempo en sí mismo. Y me atrevería a decir, además, que el tiempo es lo más valioso que tenemos, cómo dice el famoso refrán el tiempo vale oro, pues, aunque se quiera, nunca se puede recuperar una vez ha pasado frente a nuestros ojos, o una vez se ha perdido, como es evidenciado, en la obra de Wells, cuando el viajero pierde su máquina del tiempo, y le entra el desasosiego y la desesperación, no tan lejana a la que sentimos cuando vivimos la desilusión del tiempo perdido en un logro no alcanzado, en una relación larga terminada, en una muerte imprevista, o como sucedió en mi caso particular, de haber estudiado una larga carrera de 5 años, la cual ejercí muy poco, y no viendo porvenir en ella, decidí volver a iniciar una nueva profesión, la de literatura y heme aquí, escribiendo ensayos, pero ¿Y a dónde se fueron esos 5 perdidos o ganados años?

No obstante, el lapso de años y días también interviene desde lo más grande, y aquí pongo un ejemplo que me marcó bastante cuando leí el libro “la Máquina del tiempo” y es que Wells menciona en su obra la decadencia o el ocaso de la humanidad, en el cual podemos vislumbrar el futuro del hombre, donde mientras pasa más el tiempo y el ser humano adquiere más conocimientos y tecnología, se vuelve “más indolente o que se fatiga con más facilidad”, palabras textuales del libro de Wells, ¿es acaso, entonces una premonición literaria del autor sobre lo que está sucediendo en la actualidad?, pues hoy en día se habla y se inundan todos los oídos de la tan nombrada “generación de cristal”, que según Montserrat Nebrera, son aquellas personas con fragilidad emocional, donde cualquier situación los rompe y los vuelve añicos. Por lo tanto, consideremos el estrecho vínculo entre el hombre de hoy y los Eloi del mundo no tan fantástico de Wells.

Pero entendamos un poco más sobre el enigmático tiempo, en el cual según Mario Alfonso Araujo Díaz en su texto “Tiempo como duración en Henri Bergson” afirma que en el tiempo interfieren tres elementos: la espera, la memoria y la atención, donde lo que se espera es el futuro, lo que se recuerda es el pasado y el presente es aquello a lo que estamos atentos, lo que me hace pensar que sí se puede viajar en el tiempo, es más, el hombre lo hace diariamente, sin salir de casa, mediante las añoranzas, sueños e imaginación. Y es que también cabe anunciar aquí que el hombre está permanentemente huyendo del presente, aventurándose en su vaivén como lo hizo el Viajero del Wells, pues cuando somos niños queremos ser adultos y cuando crecemos queremos ser niños, o añoramos volver al pasado con la nostalgia y los recuerdos para cambiar lo ya hecho y deseamos conocer, además, con premura el futuro para saber que va a suceder, incluso la mente tiene un mecanismo de defensa para huir del hoy, el llamado escapismo adaptativo, que es escapar de la realidad cuando ésta se torna estresante, somos entonces viajeros y/o fugitivos perpetuos del tiempo, sin considerar quizás que el presente es el más importante, el cual una vez padecido, no podemos volver a vivirlo, aunque mentalmente sobre las alas del recuerdo viajemos años luz hacia él.

Por consiguiente, el paso perpetuo de los días y los años no solamente se relaciona con el movimiento, con una medida de esta oscilación en un reloj, como se pensaba en la antigüedad, éste también se afecta con todos los sucesos que ocurren en el plano interno, así decía San Agustín. Aunque se suponía que no iba a mencionar la palabra alma, ni espíritu, por aquello de las asperezas frente a las discusiones sobre lo religioso, termino nombrándolos, porque si el alma existe, ésta según otras muchas opiniones sería lo único que no se ve afectado por el tiempo, el alma no envejece, ni muere, el alma no depende de nuestro cuerpo por lo que es incorruptible, (aunque si alguna persona perteneciente a la escuela materialista, me refutará sin lugar a duda esta afirmación), siendo el cuerpo el verdadero verdugo que nos limita, pues solamente a él lo afecta tan significativamente, a lo que en esta instancia contradeciría lo que afirmó Ferrater: “el alma y no los cuerpos, es la verdadera medida del tiempo”, pues si al alma no le afecta el paso de las épocas, cómo poder medir el tiempo a partir de ella, más bien el cuerpo ultrajado por los años, debería ser la dimensión donde se determine el efecto del tiempo en nosotros.

Y en ese mismo sentido Bergson afirma, también que: “Hay dos formas de establecer el tiempo, una es en un tiempo real o verdadero, y otra un tiempo falso o espacializado”, por lo que me suelo preguntar a menudo, si el tiempo existe o es ¿acaso una invención necesaria para que el hombre sepa dónde y cómo está dentro del universo, o es solo algo utópico?, porque la mayoría creemos que sin espacio no hay tiempo, creemos que el hombre es un continente de espacio y de tiempo que se desborda en otro espacio y en otro tiempo, pero Bergson me objetaría esta expresión, exclamando que “cuanto más profundicemos en la naturaleza del tiempo, más comprenderemos que duración, significa invención, creación de formas, elaboración continuamente de lo absolutamente nuevo”, indicando con esto que las horas que van pasando con respecto a su duración son una ficción necesaria, tal vez inventada por la psicología del hombre.

Y es que el tiempo en la contemporaneidad es una angustia permanente, miedo que proviene de nuestra existencia mortal, de nuestra caducidad, como se expresaba Quevedo, “vivir es ir muriendo”, pero vuelvo a mencionar el concepto real de muerte, para querer decir que el hombre es un viajero constante en la durabilidad de la vida, aunque no sé si de la muerte también, a lo que preguntaría ¿acaso, la huida del hombre de su realidad presente es simplemente una apariencia disfrazada de imaginación y recuerdo?, y en este momento evoco uno de los versos machadianos, el cual dice: “Hoy es siempre todavía”, ese juego precioso y profundo de presentes, de futuros y de pasados, porque huir del tiempo es un sueño, es tan quimérico, tan difícil como querer entender al tiempo desde su funcionamiento y efecto, pero quizás ese es el meollo del asunto, que buscamos incansablemente entenderlo, encontrar su absoluta verdad, porque no sabemos realmente qué es él, debido a su alta variabilidad en sí mismo, es quizás ese palpitar de existir y no existir, que incluso Aristóteles puso en duda, pues ni el pasado, ni el futuro existen y el presente es y no es, porque inclusive mi tiempo no es el mismo que el tuyo querido lector, que a su vez no es el mismo, ni lo será, de quien leerá este texto después, porque tal vez las horas vistas en un reloj sean objetivas, pero aquellas marcadas bajo nuestras mentes, heridas y vivencias son subjetivas, debido a que el fluir del tiempo no se puede observar más allá de uno mismo, según el sociólogo italiano Franco Ferraroti, lo que significa que cuando veo pasar el tiempo, me estoy viendo a mí mismo, y si lo anterior es cierto, ¿Cómo huir de sí mismo?, pero en la vida de nada sirve huir, ni mucho menos del tiempo, la vida misma es el enfrentarse diariamente con el del espejo, con el reloj biológico y mental, con los defectos, con las emociones apagadas y/o encendidas, con las cicatrices, con las victorias, con las resurrecciones, con los fracasos, eso en pocas palabras define lo que es vivir. Y no les negaría que, en vez de anhelar tener una máquina del tiempo, quisiera más bien tener en mi poder una máquina de la vida, para que tal vez me indique como vivir más en su plenitud, vivir mejor y me facilitara al oprimir varios botones, aprovechar al máximo la existencia tan efímera, pero ¿qué es vivir al máximo?, una pregunta vasta que para algunos filósofos es llevar una vida con sentido prestando atención tanto al cuerpo como al alma, para Platón por ejemplo vivir bien, es no intervenir en todo y dejar que la diversidad se exprese por sí mismo, es decir, que cada persona tiene su forma de ser y por ende se debe respetar y dejarla ser, como dice la canción de los famosos The Beatles, “Let it be”, que según ellos, las palabras de sabiduría como única respuesta a un mundo sin luz es “Déjalo ser”.

Pero también Nietzsche define la vida como una voluntad de poder consciente e intencional, donde predomina la voluntad sobre la razón, ¿y ustedes con cuál definición se quedan?, yo escojo vivir sin pensar contantemente en el tiempo, no dejándome enjaular por él y su falsa huida, vivir cada día a su ritmo, ¡pero hay que ver quien lo dice!, alguien que colecciona relojes en su muñeca, pero en su mente también, con la intención sin duda de calcular todo cuanto ha pasado por su vida, por su memoria, por su espera, ¡pero qué le vamos hacer!, el ser humano y la vida están llenos de viajes paradójicos, oníricos o vigílicos, como el tiempo mismo.

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