Autor: David Ochoa Restrepo*
¡Qué se me seque el brazo derecho,
y mueran todos mis hijos,
si no llevo siempre
tu recuerdo aquí conmigo!,.
¡Qué se me pegue la lengua
y, por siete generaciones,
cargue una maldición
si no te llevo en mis canciones!
¡Yerushalayim! ¡Yerushalayim!
el monte Sión me es más presente
que mis dos manos,
y mi cuerpo entero que advierte
tu ausencia y mi destierro,
condenado a no poder verte.
Camino despejando capas de hielo
con mis propias manos,
implorando y llorando día y noche
por aquellos ramos
con los que saludaré al rey.
Rey desde el día de tu nacimiento
¡ábreme la ciudad,
los portones del jardín
de tu santa heredad!
Cuánto quisiera posar mis palmas
y mi cabeza en tu regazo,
compartiendo el brillante trono,
observando cómo tus brazos
riegan con el agua de acequias
los jardines del pueblo santo.
¡Ay!, ciudad blanquísima, Yerushalayim,
la luz de mi infancia,
herida de mi madurez,
¡Cuándo tus estancias
verán mis ojos cansados!
*David Ochoa Restrepo: Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana, estudiante de Estudios Literarios en la Universidad Pontificia Bolivariana. Le gusta el té negro y la palabra trapecio.
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