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INTERRUPCIÓN AL CANTO Par., XXXI, 63- 78

  • Foto del escritor: El Galeón Gaceta Literaria
    El Galeón Gaceta Literaria
  • 18 sept
  • 3 Min. de lectura

Autor: Moises Isaac Duque Gomez*


Lector, si de tu atención soy digno, 

contempla estas palabras 

alejadas de toda métrica,  

pues el terceto es encadenado 

y te hablaré de un reino 

que suplica libertad. La misma 

que a estos versos mal nombre amparan. 

Gozan del renombre, mas no del consuelo. 

Digo esto por si consideras 

mis versos realidad. 

Yo no estuve ahí. 

No gozo de la luz enceguecedora, 

 

la que ilumina como espejo, 

reflejo del sol, sobre la amada. 

Alguien me lo ha dicho y, 

como la espiral me reboza,  

la narración otorgo. 

Omitiré aleluyas y hosannas y  

luces que se acercan y ruborizan. 

Hablaré de la gracia de volar sin alas, 

aunque las plumas rocen tu piel. 

Vuela. Flota. Mira abajo 

cuando lo más alto toques 

cuando la rosa se abra 

cuando la calidez del abrazo, 

virgen madre, te arrope. 

Cuando nada te turbe y quieras  

dirigir la mirada a la que calma las dudas. 

cuando abajo las esferas 

dancen en el cenit del clamor 

de la odisea, de la gloria terrena de Eneas. 

Solo cuando estés en lo alto.  

Ahora, procura visión y letargo 

que una sonrisa podrá quemar 

tus mortales ojos. 

No soy más sabio que Salomón, 

ni el valor gozo del laurel, 

como aquel que para decir 

estuvo. 

 

Solo te diré pronto adelanto de tu memoria, 

después entenderás lo que significa 

esa premisa. 

Si no hay vano afán, habrá provecho

Con la idea de trashumanar  

la experiencia mía con  

aquel que vio a Dios 

después de lavar sus ojos 

en el río de luz dorada, 

acuosidad tejida, 

los querubines tejen con hilos de miel. 

Transformaré la palabra en  

Memoriam in situ. 

Acompañado del santo monje  

de la devoción mariana, 

guía del mortal cuerpo entre beatas luces, 

le llevará a la cumbre del feliz camino. 

Emprenderían la ruta intrazable 

a la reina del esplendor más fuerte: 

al crepúsculo, más brillante 

que el cuarto planeta, 

ilumina en resplandor 

al igual que aquellos ojos 

compasivos, nulos de maldad,  

brindaron luz a mi viaje—. 

Antes de interceder al 

amor de madre, conviene 

 

dar cara: agradecer. 

Te recuerdo, lector, 

no solo está en mis ojos el paraíso. 

De aquella que es única digna  

a nombrar el nombre  

nos fue llamada en lo más alto, 

tranquila, sentada en su trono, 

en los pies de la reina. 

«¡Beatrice!», 

Como quien busca su 

madre entre el gentío. 

Se alzó y se apartó 

del círculo donde, del amor   

más grande, están los fieles. 

Ella miró a la madre universal 

en bello gesto permitido 

se acercó al que antes 

despidió en silencio. 

No importó la distancia, 

honda como las miradas 

de dos amantes que se alejan. 

Mucho menos importó 

el canto angélico, sonido del paraíso, 

que aturde de placer al oído diletante, 

Y como aquellos dos justos  

que leen los tercetos finales de cierto canto, 

Amada y Poeta se unieron en la pasión,  

 

fuerza de huracán sin lujuria, 

tundra de la pureza del amor. 

Dio sus ojos a los bellos ojos 

dio su razón a la inteligencia del amor 

dio su beso a los labios per verba

—Y no invoco a las cimas del Parnaso 

para gastar palabras en el suceso. 

si para hablar hay que estar; 

para decir hay que sentir—. 

Y en lo que demora en reaccionar 

el párpado a la insensatez 

del pestañeo, Beatriz volvía 

al círculo de luces coronadas. 

Y Bernardo llamará a María, 

hija de su hijo. 

Mostrará la suplica de los santos, 

y antes de respuesta, él ya estaba  

empinando sus nuevos puros ojos 

al ápice del ardor que quería. 

Primero serán los giros de las estrellas 

pues, a partir de aquel instante, 

no puede expresarse si no se ha visto. 


*Mi nombre es Moisés Isaac Duque Gómez,  estudiante de literatura, carpintero, bicicletero, marañero, pero ante todo, lector.  

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