Una piedra pequeña
- El Galeón Gaceta Literaria
- 12 ago
- 4 Min. de lectura
Actualizado: hace 10 horas
Autora: Carolina Ochoa Restrepo*
Hace mucho tiempo, cuando era más joven, tropecé con una piedra muy pequeña que hizo que el mundo a mi alrededor se hiciera mucho más grande de lo que era, y mientras rodaba con mi cuerpo por aquella cera, veía recuerdos de aquellos momentos vividos con mis amigos, mi familia, imágenes que poco a poco se desvanecen cuando siento que mis ojos se cierran. Lo único que alcanzo a ver es cómo las nubes se tornan grises. Estoy segura de que pronto va a llover dentro de mí.
Después de ese tropiezo con esa pequeña piedra, vinieron muchos más y no fue gracias a esa pequeña piedra, la primera caída fue cuando probé ese maldito “porro del cielo”, y lo llamo así porque desde la primera calada me llevó al cielo y de ahí nunca me baje, mis ojos rojos y mi gran apetito me delataban ante los ojos de mamá, lo ignoraba, lo intentaba ignorar y me decía que era una etapa y que eso ya se me pasaría, lo ignoraba muy bien.
La segunda caída vino cuando combiné varias caladas con pastillas, y no solo me sentía en el cielo, sino que bajé a tocar el infierno, a quemarme en él, y cuando sentía el humo en mis fosas nasales, volvía a subir al cielo. Pasó mucho tiempo antes de que me volviera a caer. Una rutina desgastante, de la universidad al cielo, del infierno a casa, de casa al cielo, de ver a mamá con ojos abiertos a verla con los ojos entrecerrados, de quedarme sin dinero a robarle a mamá para volver a subir a ese maldito cielo.
La tercera vez que me caí creí quedarme para siempre en el cielo, amigos ya no tenía y familia tampoco. Mamá cambiaba sus te quiero por insultos, cansada estaba y en aquella habitación llena de luces fosforescentes, de un ruido insoportable, consumí la mayor de las entradas al infierno, la bola rápida la llamaban, y sí era rápida, muy rápida, cuando hizo contacto con mi sangre, con mi alma, supe que el infierno no era lo único malo que uno podía ver estando así, y esa vez no vi a mamá, ni amigos, ni familia. Mientras caí y el mundo me daba vueltas, no vi nada más que negro, solo negro y estando así supe que se vendrían más caídas.
Cuatro caídas después de que casi me quedo en cielo, caídas llenas, porros del cielo, bolas rápidas, pastillas de colores, polvos de colores, en especial blancos. Ya no estaba en casa, ni con mamá, estaba en la acera, con la última ropa que tenía antes de que mamá me echara de casa, cansada, ya no podía fingir más. Mientras cuento las monedas para intentar comprar un pase al cielo, recuerdo esas últimas palabras de mamá:
“Te perdiste, te perdí, yo ya no puedo hacer nada, vete”
Y sí me perdió. Ya ni recuerdo quien soy, ni en que parte de la cuidad estoy, ni cuantas veces le robé sus cosas, cuantas cosas vendí, cuantas cosas robé, a cuantas personas robé, cuantas veces engañé, mentí, solo por una maldita entrada al cielo.
Ya no cuento las caídas, solo me tropiezo, sangro y me vuelvo a levantar. Hay semanas donde dejo de comer para prepararme poder entrar al cielo. También persigo a las personas hasta que me den algo, y no comida, dinero. Ya me acostumbré a que me vean con cara de asco o que caminen más rápido para evitarme.
Y si me preguntan cuál es mi entrada favorita para llegar al cielo, respondería que una combinación de todas, pero siempre hay una favorita, y, desde que la conocí, se convirtió en el amor de mi vida: bola rápida. No solo me lleva al cielo, sino a otros planetas, universos, cielos, como lo quieran llamar. Bola rápida no solo me llevaba a viajar, sino a ver a esa persona que era antes de la primera caída. Me gustaba recordar, y aunque mis manos, cuello y pies ya estaban cansados de recibir a bola rápida, yo los obligaba a sanar rápido para volver a viajar.
Recuerdo antes de mi primera caída, cuando salía con mamá y nos acercábamos a esas personas que viajaban constantemente y le preguntaba.
“¿Cómo pueden viajar tanto, mamá?”
Y mamá solo los veía con sus ojos tristes e ignoraba mi pregunta. Tal vez si me hubiera respondido una sola vez, entendería que esos viajes cansaban, pero ahora que viajo todos los días la pregunta cambia:
“¿Cuándo terminaré de viajar?”
En una de esas caídas fuertes, donde sangraba mucho, desperté en un hospital, llena de cables y amarrada de ambas manos. Estaba ahí mirándome con esos mismos ojos tristes, con su cejo fruncido y con la nariz roja. Se veía cansada. Solo quería salir corriendo, dejar de sudar tanto, que mi corazón dejara de latir tan rápido, sentir que mi cuerpo quiere ese boleto al cielo, que mi boca pide a gritos agua, solo quería viajar de nuevo, pero lo único que hice, fue decirle
“¿Quién eres tú?”
Lagrimas salieron de sus ojos. Apretó mi mano, se paró de su silla y antes de dirigirse a la puerta dijo en un susurro:
“Soy mamá”
Había caído muy fuerte. Me escapé de aquel hospital desesperada por encontrar un boleto para olvidar, y desde ahí fueron caídas más fuertes y escapadas de cualquier sitio donde no dejaban conseguir los boletos al cielo. No recuerdo cuanto tiempo pasó, hasta que empecé a ver los huesos de mis costillas, de mis manos, pies, de todo mi cuerpo, como si intentaran rasgar la poca piel que me quedaba.
Un día cualquiera lleno de nubes azules
Ya no quería más bola rápida, ni más boletos hacia el cielo. Estaba cansada y no tenía dinero Me senté en ese sillón viejo, lleno de animales extraños, en la mitad de la nada, en un puente, una carretera, no recuerdo, solo me senté, mire al cielo, inhale profundo el aire de mi alrededor y por una vez no tuve que comprar un boleto para ir al cielo. Cerré los ojos y morí por una sobredosis de viajes al cielo.
*Soy Carolina pero me gusta que me llamen caro, una joven escritora colombiana de 21 años apasionada por la literatura y el terror psicológico. Actualmente estudio Estudios Literarios en la Pontificia Universidad Bolivariana, donde desarrollo mi talento inspirado en mis autoras favoritas como Piedad Bonnett y Alejandra Pizarnik. En mis ratos libres disfruto de la compañía de mi gato, la poesía y los atardeceres con una taza de café. Mi objetivo es seguir creando historias que conmuevan y perturben al lector.
Comments