Autor: María José Hoyos*
Ni siquiera teníamos una canción favorita. Si así fuera sería más fácil, pues su presencia me invade en cada canción que escucho mientras voy por la calle de camino a mi departamento. Quizá las cosas serían más sencillas si no me hubiera distraído con sus estúpidas conversaciones sobre comics, pero él siempre encontró una manera única de llamar mi atención.
No teníamos canción favorita, pero sí teníamos un lugar seguro, solo que los lugares seguros también se derrumban y no tengo la fuerza suficiente para levantar los pedazos y llevarlos conmigo. Me gustaba refugiarme en él después de un largo día de trabajoquejarme de que mi jefa está acabando con mi paciencia y de que los niños que han visitado el lugar me hacen querer pegarme un tiro. Él me sonreía y después me recordaba los motivos por los que aún no renuncio a ser barista en el café del centro, y tenía razón, adoro ese lugar, se volvió mi segunda casa y aunque mi jefa me saque de casillas, no puedo evitar tenerle algo de cariño.
Me acostumbré a que él me consolara mientras me quitaba los zapatos, a que tuviera la cena lista, porque él era el que cocinaba y a que después me sirviera el moca que tanto me gusta. Mientras comíamos me contaba de su día, para rematar con un: “bueno pues por lo menos, el mío no fue tan alocado como el tuyo”. Yo solo escuchaba atentamente y veía sus ojos que brillaban al hablar de eso que tanto le gustaba. Llegada la noche, yo le diría que viéramos una película que habían recomendado en la radio, para terminar arrullada en sus brazos mientras él acariciaba mi cabello por inercia, yo me quedaba distraída viendo sus tatuajes y pasaba, por costumbre, mis dedos sobre la tinta de estos y, después, hablábamos una que otra cosa de la película. Antes de que la película terminara, yo ya me encontraba dormida entre sus brazos, él apagaba el televisor y me llevaba con delicadeza hasta nuestra habitación, siempre me acomodaba la colcha de tal manera que el frío de invierno no me molestase, por último, prendía la calefacción de la habitación para dormirse conmigo.
Al despertarme en las mañanas solo estaba la bola de pelos de Lambert, un par de rayos de sol y las sábanas dobladas en perfecto estado. Al salir al comedor solía encontrar una notita con su caligrafía, la de aquella vez decía: “tuve que salir temprano para encontrarme con Matthew, en unas horas vuelvo. Te quiero, tu desayuno se encuentra en el horno”.
Aquel día recuerdo que acompañé mi huevo revuelto con un jugo de naranja, y que al terminar de comer lavé los trastes, para que cuando él llegara todo se encontrara en perfecto estado. Después me alisté para pasarme por la casa de mi madre, pues ese era mi día libre. Al llegar, me encontré frente a la casa de dos niveles en la que he vivido desde que era niña, frente a aquella puerta de un verde enebro y el ventanal grande desde el que se puede observar la sala de estar. Cuanto me gustaba el jardín lleno de diferentes tipos de flores al que mi madre le dedicaba tanto tiempo, mi padre siempre había seguido todos sus caprichos.
Al tocar el timbre el olor a cítricos inundó mi nariz; a mamá siempre le ha gustado ese ambientador, mientras que mi padre prefería lo dulce, había temporadas en las que una parte de la casa olía a vainilla mientras que en otras partes olía a cítricos. Detrás de la puerta pude ver las patitas de Rocky yendo de un lado a otro, emocionado y esperando a que abran la puerta. Mi hermana pequeña fue la que me recibió, regañando a Rocky por ser tan intenso con mi llegada. Después me comunicó que mi madre se encontraba en la cocina preparando el almuerzo, y que mi padre estaba en el despacho por si quería ir a hablar con él. Hablamos un rato en la estancia sobre cómo le está yendo en la escuela y sobre la mitad de los chismes de la preparatoria que había dejado hace ya seis años.
Al ir a la cocina encontré a mi madre viendo su telenovela favorita desde el televisor que le había instalado mi padre tan solo hace unos meses, ella no notó mi presencia sino hasta que la saludé, entonces corrió a abrazarme. Debería venir más seguido, pensé.
-¡Hijita mía! -dijo mamá mientras me asfixiaba con su abrazo-. Hace rato que no te veíamos y estás tan hermosa como siempre, ¿te va bien?
-Sí mamá, me va bien.
-¿El yerno mío se encuentra trabajando o lo castigaste negándole las salidas del departamento?
-No mamá -me reí-, él quedó en encontrarse con Matthew hoy, recuerdas a Matthew ¿verdad? - asintió-. Bueno, creo que es por cuestiones de trabajo, ayer se le veía ilusionado con la conversación que tendría hoy. Igual le mandé un mensaje antes de salir diciendo que almorzaría con ustedes, posiblemente él también venga.
-Él sabe que siempre será bienvenido, así como lo eres tú; es parte de la familia.
Estuve charlando con mamá hasta que escuché a mi padre bajar las escalas, mientras decía algo sobre un manuscrito que debía revisar para su publicación, pero que dudaba mucho que eso pasara porque no lo atrapaba. Mi padre trabaja en su propia editorial, es un ratón de biblioteca, así como lo soy yo, pues fue gracias a él que termine adentrándome en el mundo de la lectura. Cuando él me vio corrí a abrazarlo, siempre he sido la niñita de papá, me llevaba a su oficina cuando eran vacaciones, me prestaba sus libros y fue él quien me regaló la saga que me conduciría a la locura: Harry Potter.
-Qué bueno que te hayas acordado de tus viejos, mi niña.
-Le avisé a Katherine que iba a venir, me alegro que no les haya dicho nada y hubiese sido una sorpresa.
-Cariño-dijo mi padre llamando la atención de mi madre-, ya tengo un ayudante para este montón de trabajo que tengo acumulado.
-Harold, nuestra hija ya trabaja demasiado-dijo mientras caminaba por la cocina buscando los ingredientes para preparar el almuerzo-. Déjala, que casi nunca viene a visitarnos.
-Está muy ocupada para venir a darnos una vuelta-soltó mi padre-, al menos, el yerno mío le recuerda que nos llame.
Ese día mi padre me contó de este manuscrito mientras mi madre tarareaba una canción que seguramente escuchó en la radio, luego entró mi hermana a la cocina diciendo que ya había terminado de estudiar y que se sentía con ganas de merendar algo. Entonces escuché la vibración de mi teléfono, era un número que no tenía agendado, por lo que al responder le pedí a mi familia que guardara silencio por un momento mientras tenía esa conversación.
-Buenas tardes, ¿es usted la señorita Victoria Lathus? -me preguntaron al otro lado de línea, mi ceño se frunció y estoy segura de que mi familia escuchaba todo atentamente.
-Sí, esa soy yo, ¿quién la busca? -escuché como carraspeaban al otro lado de la línea, esto no pintaba nada bien.
-Verá, han localizado su auto en la avenida 72, se encuentra en un estado no deseable. El conductor fue transferido inmediatamente hacia el hospital Marie Adams. Le comunicamos esto al contacto de emergencia que tenía el conductor-miré hacia la nada, mis padres comenzaron a preocuparse y de alguna manera mantuve la postura.
-¿En qué estado se encuentra el conductor? -pregunté yo, con la voz temblorosa y temiendo por su respuesta-. ¿Es acaso esto una broma? Porque no tiene ni un gramo de gracia.
-No es una broma señora, eso se lo puedo asegurar-seguía sin confiar mucho-. Pero respecto a la primera pregunta, no tenemos esa información de manera exacta, para eso debería ir al Marie Adams.
Al Colgar me costó decirles a mis padres lo sucedido, mi hermana me dijo que todo estaría bien y que la próxima semana estaríamos viendo películas como lo hacíamos cada noche. Mi padre decidió no darme esperanzas, pues ha escrito y leído tantas cosas con un final trágico que no quiere llenarme de esperanza en caso de que algo malo haya sucedido. Mi madre estuvo repitiéndose a sí misma que todo pasa por algo, mientras que yo seguía pensando que se trataba de una broma de muy mal gusto.
Es aquí cuando el lector se queda con la intriga y dice: bueno, y ¿qué sigue? Un director de cine diría que la música con los créditos, un escritor diría que un epílogo, pero yo solo puedo decir que sigue la espera, la espera de que las cosas continúen como eran o que haya algún cambio. La espera es más tortuosa que un amor rechazado, pues existe una posibilidad, pero ¿cuándo? La espera te acecha lentamente, generando dudas en tu cabeza que antes no tenías la necesidad de responder, algo que seguramente no va a suceder. El ser humano es así, le afectan los cambios. le gusta más la naturalidad, la cotidianidad de las cosas, le gusta el mismo pastel de la misma panadería y, si no hay, evita comprar otra cosa.
Él y yo no teníamos una canción favorita, simplemente canciones que nos recordaban ciertos momentos, por ejemplo: al mirar las estrellas escuchábamos The Night We Met de Lord Huron; para viajes en carretera sin destino alguno Dancing in The Dark de Bruce Springsteen; para hacer la limpieza mientras bailábamos, Crazy Little Thing Called Love de Queen; para el frío de invierno, L-o-v-e de Nat King Cole, o Just the Two of Us de Grover Washington Jr para cuando nos perdíamos en nuestras miradas y no era necesario rellenar el silencio con palabras.
No teníamos canción favorita, pero si momentos, como cuando me regaló ese ramo de girasoles que su propia madre había arreglado para dármelo; porque él solía ir cada día al café solo para hablar con la barista rubia y antipática a la que le daba propina solo para ligar; porque él se leía un libro que no entendía ni le llamaba la atención, simplemente porque me vio ojeándolo en mi descanso. Y por eso, de todas las canciones que tenemos, no puedo escoger una para definir este momento, porque no quiero recordar cuando el doctor lamentó mi pérdida, porque no quiero, no otra vez, mirar su lápida.
*María José Hoyos: Actualmente estoy en el programa en Estudios Literarios de la UPB. Disfruto muchísimo de la lectura y de la escritura. Siento que puedo reflejar parte de mi ser que, por temor, la gente cercana a mí no conoce.
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