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Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Un día más

Autor: Anónimo


Querido diario:

Han pasado 6342 días desde que llegué al jardín de las delicias y creo que los demás siguen sin darse cuenta de mi presencia; al fin y al cabo, no soy nada relevante. Al principio creía que iba a ser una buena experiencia, pero ya no lo soporto más; días pesados e insignificantes, todos se parecen entre sí.


Cuando llegué, estaba emocionado por hacer bien mi trabajo, pero ahora, ¿cuál es la razón para continuar? Siempre va a haber alguien mejor, alguien que se lleve todo el crédito; algún personaje que llame más la atención y resalte entre la multitud de cuerpos con expresiones similares.  Como Adán y Eva, ellos están acá desde hace mucho tiempo, aunque según parece, ya aprendieron a manejarlo; o la monja-marrano, que ya desistió de su buena imagen para simplemente aceptar ser vista como una abominación. Conseguí un amigo silencioso en el día 1407, es el alma de un colibrí. Él es el que me dice que todo va a estar bien y que debo continuar; solo está ahí, pero la verdad no hace falta más.


Él fue capaz de escapar del jardín de las delicias, fue un proceso doloroso, pero ahora puede volar libre entre las calles de Madrid; el alma que me acompaña, es el alma de su recuerdo y es probable que él no se acuerde de mí, ni de lo mucho que me ha ayudado a sobrellevar las situaciones. Mi trabajo consiste en cargar una cereza muy redonda y roja; así en la mañana, en la tarde, en la noche, cada día, cada momento.


Siempre intento llevarla lo más a la esquina posible, con la esperanza de que algún día logre salir del cuadro y así poder volar fuera de este lugar de locura  — igual creo que nadie se daría cuenta de mi ausencia —, pero cada vez que logro acercarme más, un viento me arrebata la cereza de las manos, haciéndola caer; y a mis esperanzas con ella, haciéndome bajar a recogerla para volver a comenzar de cero.


La verdad es que solo quiero un momento de silencio, ya no soporto estar rodeado de tanta gente todo el tiempo, necesito no escuchar el alboroto de todos esos cuerpos perdidos y desesperados  — aunque ellos no sean conscientes de su estado de miseria —. Daría hasta mis alas por poder huir de aquí.


Pero al parecer, hoy será un día diferente a los demás, hoy el clima está de mi lado, hoy no hay tanto viento. Esa es mi señal para apurarme y volar lo más rápido posible a mi esquina predilecta. Ya puedo ver el límite del jardín y vuelo con más esperanza de la que puedo manejar, allí está mi alma amiga, apoyándome para que logre salir de este jardín. Agarro la cereza con más fuerza y siento las vibras alentadoras del alma del colibrí. Faltaba poco, muy poco y mi sensación de que hoy si iba a lograrlo amenazaba con hacerme salir de mi cuerpo. Volé y volé y volé … hasta que me estrellé con el límite del cuadro.


Me golpeé la cabeza quedando aturdido por unos momentos; no me había detenido el viento, ni los gritos de auxilio y desespero de los demás seres atrapados aquí. Me detuvo una barrera que no podía ver ni sentir, que me impedía el paso.


Rompí en llantos silenciosos porque me di cuenta que esta vez yo lo había echado a perder. Durante la emoción de la carrera, había dejado caer la cereza; era la cerca mi llave de salida de este lugar y sin ella quedaría atrapado para siempre. Miré hacia abajo vislumbrándola justo frente a la puerta de la cueva del monte, haciendo que dos seres salieran a mirar qué había ocurrido, pero ellos no podían ver mi llave, mi desesperación.


Las últimas gotas de esperanza se resbalaban por mis mejillas con cada lágrima silenciosa que soltaba; porque ese gran fracaso, solo significaba una cosa: Mañana tendría que repetir la misma historia. 

 

Querido diario:

Han pasado 6343 días desde que llegué al jardín de las delicias y creo que los demás siguen sin darse cuenta de mi presencia; al fin y al cabo, no soy nada relevante.

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