Autora: Lorena Bedoya Negrinis*
La caja de sapitos y la bolsa de turrones están sobre la mesa, sin abrir. Miro a mi mamá esperando a que termine de revisar el chat de la familia. Desde hace rato está entretenida con lo que mi tío le manda; por eso no se ha dado cuenta de que somos los únicos en las mesitas del Astor y que llevamos tiempo aquí sentados sin comer. Mi mamá se ríe a ratos y me muestra memes que yo preferiría no ver y que creí que evitaría cuando silencié los grupos de WhatsApp con mi familia hace más de dos años, pero doña señora insiste en mostrármelos cada que puede.
Últimamente se ha vuelto más intensa con eso. Antes, ella solo me pedía revisar los mensajes de mi familia cuando me felicitaban en mi cumpleaños, o cuando me elogiaban por algún video mío tocando en un concierto en la universidad que ella solo grabó para presumir a su hijo; pero ahora que está pensionada y pasa más tiempo en la casa, hasta se asoma por la puerta de mi cuarto en días normales a preguntarme si ya había visto la imagen que mandó mi tío por el grupo. Si no lo había hecho, como suele ser, entonces ella tenía que entrar al cuarto a mostrármelo, esperando mi reacción, y si veía que no me hacía gracia, ella me lo explicaba como si yo no captara el humor de su generación y su rara obsesión con la edad de cierta diva cuestionable de la televisión colombiana. Al principio le decía lo que de verdad pensaba de esos chistes y memes: que me parecían bobadas, que ya estaban pasados y que me fastidiaban aún más solo porque lo había mandado ese tío en específico, que además es de ultraderecha; pero luego de haber visto cómo a ella se le iba la emoción con la que llegaba a mostrármelos y se sentía conmigo, decidí entonces que en adelante mejor me reiría por puro compromiso y ya.
Ahora mi mamá no se despega del celular, buscando con qué más me puede hacer reír. Yo solo me dedico a ver la caja de rayas rojas y blancas con el logo de la repostería donde están los seis sapitos dulces. Ella ama comprármelos desde que me recogía de clases de formación musical infantil en el Colegio de Música de Medellín y se pasaba por el Astor de El Poblado para llevarme el postre. Todavía me los da sin falta cada que me celebra algo.
La pierna se me empieza a mover de las ganas de pararme e irme del lugar, de salir encorvado y terminar la tarde de «junineo» que mi mamá me llevaba pidiendo desde que ella había visto en El Colombiano las fotos de unos artistas que dibujaron a un Cristo, a un perro y a un gato con tiza sobre la calle de Junín. Ella me dijo que el gato –que había pintado no sé si un venezolano o un artista del Carmen de Viboral– le hizo acordarse de Luna, la gata que se nos murió el año pasado por problemas renales y que, justo ese mismo día, mi mamá la había sentido en la casa. Para la señora fue como una señal para ir a Junín, que porque hace mucho no iba y que Luna sabía que mi mamá se estaba aburriendo mucho estando tan sola en nuestra casa. Y que además ella hacía rato tenía ganas de turrones y jugo de mandarina del Astor, que tenían que ser del Astor porque los del Santa Elena al lado de la casa no eran nada comparados con los del Astor. Y que tenían que ser del Astor de Junín porque ella no iba a ese desde que estaba de novia de mi papá, que dizque porque yo nunca había «junineado» en mi vida y que porque Luna, toda linda, nos había mandado para allá a verla. Una belleza.
Mi mamá no cayó en cuenta de que las fotos de las pinturas de tiza son de hace un mes y que el Cristo, el perro y el gato ya se habían borrado con las lluvias y las correteadas de los que «junineaban» cuando los cogió el agua. Ella de verdad parecía desilusionada cuando pasamos frente al Edificio Tequendama y no encontramos más que un chicle pisado, servilletas arrugadas y colillas de cigarrillo. Mi mamá tampoco cayó en cuenta de que el dulce ya no me gustaba y que por eso no le echaba azúcar al café –ni abriría otra caja de sapitos– antes de arrastrarme al Astor. O Doña Yolanda es muy buena actriz y finge que no se ha dado cuenta de que la mesa se mueve por los golpecitos que le doy en la pata en mis ansias por salir a fumar un cigarrillo, así corra el riesgo de encontrarme con algún conocido; o de verdad ella cree que la estoy esperando a que ahora sí le traigan el jugo de mandarina como es para que empecemos a comer. Mejor, prefiero que no sepa que no tuve corazón para decirle que no cuando me pidió que la acompañara a Junín, aun sabiendo que eso no me convenía. No, ya vi que ella piensa que estoy nervioso por estar en la zona en la que estamos, que es lo de menos en estos momentos. Como que se dio cuenta de que estaba mirando mucho a través de las plantas que separan el interior del Astor de la calle, porque me acaba de soltar riendo el comentario de que no tengo de qué preocuparme porque la zona la cuidaban las Convivir, que eso no iba a pasar nada, que antes todo esto lo han mejorado mucho porque antes estaba lleno de puras prostitutas y hombres comprando jugo de borojó para las fuerzas. Ma’, ¿no le da pena decir eso y tan duro? Pero eso a ella como que no le importa, porque vuelve a su celular a mirar ahora el catálogo de Cristina Restrepo, o es lo que yo alcanzo a ver que se le refleja en las gafas.
Oe, Mono. Se me tensa el cuerpo y apoyo la frente sobre las manos, tapándome la cara para hacer como si estuviera cansado y no cagado del susto delante de mi mamá. Ese grito me sonó a Juan Carlos. Podía ser cualquiera menos Juan Carlos, porque qué le iba a decir yo si me veía con doña Yolanda. Yo sé que si él se me acerca y me ve con alguien que identifica como de plata, me saludaría, me diría que luego hablamos y se iría, pero apenas me reúna mañana con él para tocar como cada tarde frente a las ópticas que están aquí al lado, me va a preguntar por la señora con la que estaba. No le puedo decir que esa señora es mi mamá, que no está tan desvanecida como le hice creer ¿Me creerá si le digo que ella volvió de su muerte, con plata, para rescatarme de la supuesta miseria en la que me dejó y así yo no pueda vivir de la música que dizque me alejó del mal camino? No, que yo primero soy un artista serio, de calle. ¿Será que le digo mejor que me tocó levantarme a una señora para cubrir los gastos del arriendo?
–Mijo, lo veo pálido. ¿Nos volvemos ya al Unión por el carro y nos vamos a la casa? Si quiere yo manejo, que lo veo como descompensado.
* Estudiante de último semestre del programa de Estudios Literarios UPB, énfasis en Creación, medios y edición.
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