top of page
Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Sueño Armando

Autor: Sofía Cardona Saldarriaga*


Agosto 15 de 1982

Los sonidos de las botas pisando los charcos hacían más tortuosa la estadía en ese lugar. Se oían crujidos de armas; chasquidos oxidados de machetes aturdían mis oídos. Risas muy graves de enormes hombres paseaban por cada rincón. El aire olía a azufre y a cigarrillo. Unas lodosas voces que ni sabían pronunciar tres tristes tigres pertubaban el cielo. Miré hacia mi lado izquierdo y vi el alma de Conejo. Podía ver cómo le faltaban sus piernas, y su ojo derecho sobresalía de su cuenca, parecía una pequeña pelota roja, estaba a punto de explotarle. Tenía 3 hendiduras en el cráneo, era el monstruo de mis pesadillas, pero era mi compañero. El amor no existía en este lugar, ni tampoco las camisas limpias, pues solo podía divisar a mi alrededor enormes montañas de pantano que me llegaba hasta las rodillas y casi sentía como me ahogaba en ese espeso y maloliente piso. El rocío de los árboles de una lluvia pasada caía por mi rostro, y al pasarme la mano para limpiarme, noté que era sangre lo que yacía en mis manos, y no la lluvia. Conejo me guió por un estrecho sendero, donde las hojas y las ramas hacían casi imposible divisar el camino. Dedos humanos eran mis migas de pan, las que me guiarían de nuevo a la salida del barro infinito y de la lluvia de sangre en la que estaba inmerso.En repetidas ocasiones llegué a pensar que no había salida alguna, y que todo el mundo que quedaba por delante solo era una repetición de lo que ya había vivido. A lo lejos, escuché el llanto de lo que parecían ser muchas criaturas, las cuales no pasaban la joven edad de 3 años; aún podía olerl la leche en sus bocas. La espesura del lugar me hizo pensar que el sol había desaparecido, aunque siempre estuvo arriba de mí, quemando mis ilusiones y recuerdos.

En un momento quise buscar a Dios, pero pensé que en aquel lugar no existía tal palabra, y que la presencia de algún alma bondadosa era aún más grande que cualquier utopía. En ese rincón del mundo, Dios no era bienvenido, pues si lo fuera ya estaría mil metros bajo el pantano que casi me impedía moverme. Todas las almas que en el camino me esperaban no mostraban ningún signo de dolor en su rostro. Al contrario, enormes sonrisas se dibujaban en sus caras, enormes dientes un poco más que amarillos se curveaban, casi alcanzándome para devorarme y detener mi cabeza en sus comisuras resecas. Mi cuerpo empezaba a fallar, pues el olor a carne podrida se adentraba en mis pulmones, y casi podía sentir como una bruma roja paseaba por todo mi cuerpo, apoderándose de mis órganos, haciéndome sentir unas enormes ganas de vomitar mi propio estómago. Casi se acababan mis migas de pan cuando llegué a una enorme llanura, donde no había rastro de ningún árbol o de alguna señal de vida. Me sentí aliviado, pues el horrible pantano había quedado atrás, y ya no había huella de los cuerpos o de la sangre convertida en rocío. Ahora, todo estaba seco y oscuro, pues el cielo había mutado y ahora parecía una enorme bóveda oxidada color violeta y marrón. Llovía, llovía mucho. A pesar de que no se divisaba ni una nube, el agua era salada. No era lluvia. Mi acompañante y yo dimos unos cuantos pasos, pero él me detuvo, pues tenía frente a mí más tumbas de las que nadie verá jamás. Todas estaban vacías, les faltaban los cuerpos; dentro de ellas, solo había prendas de vestir como pantalones de paño barato, camisas de cuadros desteñidas y unos cuantos zapatos rotos, pero no había indicio alguno de restos humanos. Esta vez no faltaban brazos ni piernas, sino cuerpos completos. Pensé “¿acaso se salvaron?” .A lo lejos, los cuerpos de Fredy y Luis Fernando yacían parados como si hubieran estado esperándonos durante siglos. Me acerque y les pregunté cómo habían llegado allí, pues toda mi vida los imaginé sentados a la derecha del padre, pero no hubo respuesta alguna, solo unos movimientos de párpados que me hicieron dar cuenta que sus cuerpos estaban vacíos, pues sus almas habían decido retornar a un lugar desconocido, para dejar sus miembros y rostros torturados. Luis Fernando tenía un hoyo en el pecho, podía ver hacia el otro lado. Cuando intenté tocarlo, todo se desvaneció, y yo caí al suelo en un sueño profundo, del cual aún no despierto.

Estaba agotado, ya no quería estar allí, quería retornar a otro lugar. No tenía que ser la representación del mismísimo cielo, pero sí un lugar en el que no sintiera que mi vida se agotaba, y que mi alma se estaba quedando impregnada en la bruma que pasaba a mi alrededor. Si Dios no existía en este lugar, ¿a quién le iba a pedir que me sacara de allí? No era creyente, pero en ese momento necesitaba que él se presentará delante mío y me recogiera en sus brazos como si fuera un infante enfermo al cual su madre protege sobre todas las cosas.

Fredy ya no se encontraba conmigo, tal vez se había esfumado junto con Luis Fernando. Aún así, mi cansado y sucio andar intentaba encontrar su piel morena para preguntarle sobre algunos de sus secretos más oscuros, y luego proceder a morir con él, pues la muerte era la única opción. Lo merecía por haber tomado el camino equivocado, lo merecía por no haberme quedado callado cuando tenía que hacerlo.

Pasados 3 minutos, decidí correr con todas mis fuerzas, sabía que no me ayudaría ni me sacaría de ese lugar, pero corrí como nunca. Quería cansarme tanto hasta desmayar y olvidar por un momento el infierno en el que estaba encerrado, el infierno en el que no quería terminar. Mi cuerpo desfalleció, caí boca arriba. Al abrir los ojos, seguí viendo el cielo oscuro; aún estaba lúcido. Maldecí en silencio. Me levanté y vi a lo lejos la figura de una mujer, era anciana y bajita. ¿Acaso me rescataría? Al acercarme un poco más, me di cuenta de que su presencia se me hacía conocida. Mi mente me transportó a cuando era pequeño y visitabamos Aragón. No sé por qué nos llevaban, era el pueblo de mi mamá, pero hacía demasiado frío, y nuestros abrigos no eran lo suficientemente grandes para calentar a unos niños en crecimiento, cuyos huesos sobresalientes eran su mayor atributo.

La anciana estaba de espaldas, así que procedí a voltear su cabeza. Era la mamita Gertrudis, pero no como la recordaba. Tenía todo el lado izquierdo de su rostro paralizado. Quise hacerle algunas preguntas, pero no podía hablar; de su boca solo salían algunos sonidos los cuales no podía entender. Me frustré mucho por no saber lo que la abuela me quería decir. Tal vez quería contarme cómo zarpar, o solo quería contarme una historia, o decirme “Armandito, me le manda saludos a la novia”. Pilar, ¡oh pilar! Que buen momento para recordarte. Ella fue mi único consuelo en los últimos meses, y esta no sería la excepción.

Gertrudis me tomó por el brazo, luego me abrazó. Podía sentir en mi hombro como sus dientes sobresalían y su baba me mojaba la camisa que traía puesta; todo esto por el derrame que había tenido en vida y que había acabado con su brillo de mujer. Estaba vestida de rayos de sol, era lo más brillante de aquel averno. Luego del infinito abrazo le hablé. Después de que murió, había pensado mil veces en cómo sería nuestro reencuentro y en qué le diría, pues al morir no nos despedimos. Eso despertó algunos traumas en mí, y la necesidad de despedirme mil veces cuando dejo el lugar y de decir “la virgen te acompañe”. Eso lo había aprendido de mi mamá y fue mi escudo protector durante toda mi adolescencia, pero no fue tan fuerte para salvarme de este sueño desesperante y profundo en el que estaba, o eso deseaba que fuera.

Mi abuela desapareció. Me preguntaba por qué todas las almas con las que me cruzaba desaparecían y se esfumaban, volviéndose uno con el pantano y la sangre que pisaba. Me sentía solo. Siempre pensé que mi hermano me acompañaría hasta en el fuego intenso, pero no. Me encontraba solo, y una calibre 38 no solucionaría mis problemas ni me sacaría del hoyo eterno.

Entré en un denso bosque. Las ramas se componían de piernas con la carne reseca. Quise mirarme los brazos, estaban manchados de sangre. ¿Había asesinado a alguien? Juraba que el asesinado era yo.


*No sé si he vivido lo suficiente en mis 19 años de vida. Nací el 25 de septiembre del 2002 en la clínica del Prado en Medellín, mi mamá me dice que no quería nacer ya que estuve casi 10 meses en su vientre, ahora entiendo porque. Fui una niña feliz, una adolescente tímida y ahora soy una adulta novata. Ser periodista era mi sueño, no me soñaba presentando noticias ni nada por el estilo, quería escribir en periódicos y revistas, pero ese sueño se esfumo, pues nada es como antes, y mi profesión soñada no se libraría de eso, pero me lleve un poco de ese mundo, pues estoy a punto de graduarme de una tecnología de televisión y medios de comunicación. Mis compañeros son presentadores en potencia, y yo no me siento identificada. Mi mente rondo un tiempo en soledad, me sentía perdida no sabía que sería de mi vida, y cada vez me daba cuenta de mi débil habilidad para tomar decisiones, hasta que por fin llegue al mundo de las letras, lo cual me llevo a comenzar un pregrado en "Estudios Literarios"; en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. No sé qué será de mí, solo sé que quiero tomar un poco de mis maestros, luces mías. He viajado y quiero viajar, mi lugar favorito son los aviones, no importa cuántas horas de vuelo puedan ser, siempre sentiré mariposas en el estómago. Viajar es el amor de mi vida, y espero seguirlo haciendo, una bruja me lo dijo una vez y espero así suceda. Mientras tanto me dejaré guiar por mis creencias y quereres, que siendo sincera son muy cambiantes, al igual que yo. Soy un ser cambiante (muy).

Entradas recientes

Ver todo

Perderte

Autora: Emely López Betancur* Esa mañana mi hermana me levantó con una gran sonrisa en su rostro y supe que iba a ser un gran día....

Un día más

Autor: Anónimo Querido diario: Han pasado 6342 días desde que llegué al jardín de las delicias y creo que los demás siguen sin darse cuen...

Caso #83

Autora: Emely López Betancur* Salí de casa para caminar un rato. Luego de un par de cigarros y unas cuantas calles recorridas, me...

Comentarios


bottom of page