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Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Pueblito viejo (parte iv - Los Cangrejos y Mija)

Autor: Susana Angarita Vásquez*


Los Cangrejos

8:26 am

–¡Andrés, Federico! A ver, levántense pues, vamos a meditar.

Mientras Luis Francisco colocaba algunos cojines en el frío suelo de la sala, Socorro ayudaba a sus hijos a despertarse para las rutinarias sesiones de meditación en familia, planeadas ya cada domingo. Entre todos formaban un círculo, tomados de las manos.


5:43 pm

–Veamos, ¿qué van a pedir?–, dijo Socorro, cálida mas seria; así como era.

Les aconsejaba a sus hijos sobre qué pedir en el restaurante, aún más si se trataba de una celebración en torno a las maravillosas calificaciones y logros que obtenían y, si se trataba del cumpleaños de alguno de sus papás, Socorro se levantaba desde muy temprano y arreglaba, cálida mas seria (como era ella), toda la casa.


7:04 pm

–¿Querés que te haga un cafecito?


9:31 pm

–Hmm... ¿Hoy quieres los de Escalofríos?

–Mamá, mamá...–. Mientras sus hijos halaban gentilmente su falda, Socorro detuvo por un segundo el centro de mesa que actualmente estaba haciendo, observó a sus hijos y, riendo, levantó en sus brazos al menor.

–¿Qué pasó?

–Si Andrés y yo estuviéramos en un barranco, colgados...–, empezó su primogénito, Federico–. ¿A quién salvarías?

–¿Qué son esas preguntas tan bobas?

Andrés miró a su hermano, buscando algún tipo de respuesta.

–Es que...–, comenzó a decir él.

–Es que yo le dije a Andrius que a mí, porque obviamente soy el preferido.

–Acá no hay preferidos–, respondió Socorro.

–Oigan pues, aquí el preferido soy yo.

Interrumpió Luis Francisco en la sala y todos rieron. El hombre se colocó tras su esposa y se apoyó en su silla mientras ella continuaba.

–No hay ninguna preferencia aquí–, les dijo, mirando las pepas negras que la contemplaban impacientes–. Si así fuera, primero me tiraría yo a salvarlos a todos ustedes.



Mija

1973

–Vengan, niños. Vengan pues... ¡Luis! ¡No le pegués a tu hermana! ¡Lucía, Claudia, Carmen! A ver pues, egh. ¡Isabel!

Allí estaba Amanda, la matriarca, quien colocaba una pequeña maleta al lado de la puerta de la casa, esperando a sus hijos para decirles lo que probablemente pensó que nunca haría: que se alejaría de ellos y no tenía opción. Al llegar todos, formaron un círculo.

La expectativa de lo que podría llegar a decir su madre intrigaba a todos los pequeños, como un tornado, que destruye todo y se debe reconstruir de los retazos.

Cuando la noticia llegó, impactó en el aire y se quedó allí, esperando a que alguien la tomase e hiciese algo con ella. Por un momento pareciera que todos estuviesen en su propia mente, lejos de esta sala en una gran casa en Antioquia. La única compañía de las palabras perdidas, escurridas entre los dientes y la boca de Amanda Posada, parecía ser Socorro.

Pies cosidos al suelo. Cosidos a esa casa y a ese pequeño pueblo, pero, con la mente y los ojos muy abiertos, mirando al cielo, en busca de distantes estrellas mientras su madre se llevaba en el equipaje el corazón de sus hijos, y sentía como si ya no estuviera allí. Aunque el dolor de cabeza de Socorro no la dejaba pensar en ello.

Los pequeños se disolvieron como hormigas, olvidando el hecho, como el silencio luego de un aplauso. Sus vidas comenzarían a endurecerse como un callo en el pie, pero solo lo verían en el oro de sus vidas.

–Mamá –dijo Socorro, cálida pero seria, así como fue siempre –, que no se te pierda el camino de regreso.

Amanda la fundió con fuerza entre sus pechos, en esa ropa olor a cigarrillos.

–Esto no es un cuento, Soco.


*Susana es estudiante de estudios literarios, oculta por mucho tiempo en la cueva de los estantes entre libros. Cree firmemente en ver el mundo a través de los ojos de la memoria. Le apasiona el chocolate casi tanto como la música con referencias históricas. Finalmente, siempre, sin que nadie la vea, pone el volumen del televisor en números pares y abre la puerta con la mano derecha.

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