Autor: Susana Angarita Vásquez*
Lucy
1975 – 10:15 am
–Carmen... ¡Carmenza!
–¿Ah?
–¿De fresa llevo también?
–¿Cuánto valen?
–Quince...
–No– la interrumpió su hermana.
–¿Solo chocolate y vainilla entonces?
–Ajá–, dijo y le entregó otras dos cajas de galleta a Lucía en las manos, aún pequeñas, quien las puso en el carrito.
–Nos vemos en la caja.
–Listo, pues.
3:27 pm
–¿Y qué? ¿Nos fue bien?
Carmen se acercó a Lucía y le ayudó a organizar el dinero que sobró, en la gran caja de madera que se encontraba al frente.
–Sí, mejor que la vez pasada– respondió alegre Lucy.
–¿Cuánto te escondés esta vez?–, preguntó tímida la morena.
Su hermana se quedó pensando. Giró la caja en su dirección y, al analizar cuánta cantidad se encontraba allí, agarró un puñado de monedas; cuantas le cupiesen ahí. Se las guardó en el bolsillo del vestido y miró a Carmen con una sonrisa.
–Vámonos pa la casa.
6:05 pm
–¿¡Estropajo con huevo!?– vociferó Lucía.
Todos largaron una carcajada al unísono.
–¿Aurora del Socorro, es en serio?–, se quejó esta vez la niña, mirando a su hermana mayor en busca de una explicación, pero esta encoge los hombros, graciosa.
La castaña salió refunfuñando de la mesa, en un solo salto subió las escaleras y se enterró en su cama.
Pasado un par de horas, Socorro entró al cuarto y desde el marco de la puerta le dijo:
–Te toca lavar la loza hoy, Lucy.
–No voy a lavar eso.
–Lucía, tenés que lavarla hoy, te guste o no.
–¡No! –, gritó la niña. Luego, se giró en sí misma sobre las cobijas, dándole la espalda a su hermana, quien se acerca a ella un poco más y le palmó el hombro con suavidad–. ¡NO!
Exasperada, Socorro respondió.
–¡Marta Lucía, vas a bajar a lavar eso ya!
Mas ella se quedó inmóvil. Su hermana la removió fuertemente, logró librarse de los brazos de Socorro en un movimiento brusco y se sentó en la esquina de la cama, muy en el fondo.
Habían dos opciones, pensaba Lucía. Podía escabullirse entre su hermana y la pared del cuarto, por el espacio diminuto que tentadoramente se le presentaba, y no parar de correr hasta llegar al puente de la 78. O podría...
–Lucy...–, habló Socorro.
Cálida mas seria, así como ella era.
–Te estás desperdiciando–, continuó–. Sos brillante y tenés todo un futuro por delante tuyo. Tenés que ponerte las pilas y actuar, alcanzarlo. ¿Si me entendés? – Lucía asintió –. La vida no siempre nos da lo que queremos, pero hay que aprender a pasar el trago amargo.
–Entiendo Soco, perdoname.
Realmente, su hermanita aún no entendía y ella lo sabía, pero le sonrió y suspiró cansada.
–Yo te lavo los platos hoy, tranquilita vos –, le respondió Socorro.
***
10:22 pm
–Carmenza, colocame este letrero por allá–, dijo Lucía a la morena, entregándole un largo cartel de papel con la inscripción de ‘FELICIDADES!’ en colores.
Socorro pronto partiría hacia el, tal vez tercer, proyecto más demandante de su vida: lograr entrar en el Colegio de Jueces de Medellín, y su familia le haría una gran despedida.
–Grecia, ¿cierto?–, preguntó Carmen, colocando unos aperitivos en la mesa.
–Eso creo. A mí no me importaría irme a Grecia, incluso aunque fuera por trabajo.
–A nadie, Luis–, río Lucía, desplegando las guirnaldas que había acabado de sacar del mueble de la sala.
El teléfono fijo hizo eco en la enorme casa cuando comenzó a sonar.
–Carmenza, contestá, por favor.
Los demás hermanos estaban sirviendo cocteles, cuando un grito estruendoso, proveniente del piso inferior, los hizo saltar. La morena subió corriendo las escaleras con la tira del teléfono tan estirada como fuera posible, pareciera a punto de romperse. Pegó un salto, roja como estaba al escuchar lo que se dijo al otro lado de la línea.
–¡LUCY, JUEPERRA! ¡TE GANASTE LA BECA! ¡TE LA GANASTE! ¡LUCY, TE VAS A ESTUDIAR!
Al parecer, Socorro tenía razón.
Isabelina
1964
–¿Mo...mu...mode...?
–Mu– corrigió Socorro– Así como con la boca de pato, Isa. Así, así, mirá...
–¿Mode? –, pronunció forzosamente en francés.
Isabel tímidamente imitaba a su hermana, aunque ella fuese mayor pareciera que su alma le llevara siglos de experiencia.
–¡Esa es!
La más grande dejó caer ese libro para dummies de francés, que tenía en las manos, y se recostó sobre el respaldo de mimbre de su sillita.
Suspiró cansada, pero sonriente.
–Ya me puedo ir para la París, allá me esperan–, sentenció vigorosa Isabel.
–No, Isabelina, para todo el mundo, mija.
Esta resopló –. ¿Vos crees que me voy a recorrer todo el mundo, Socorro? ¿Vos sos boba? Uno no se puede comer la vida así, mija.
–Te llevás el tenedor, cuchillo y hasta la servilleta. Yo me voy con vos, pues.
–Ya me vas a meter lo de proyectar y esas cosas–, se burló Isabel, incrédula.
Socorro había aprendido a leer en la escuela, antes que su hermana mayor, dándole cierto poder sobre el uso de palabras que la zarca desconocía. Y sabía muy dentro de sí misma la importancia que esto tendría en la vida de su hermana.
–Volver realidad lo que querás, Isabel– le dijo–. Todo lo que te propongás.
Isabel asintió repetidamente, medio creyéndoselo.
–Nos merecemos lo mejor, Isabelina–, continuó Soco–. Nos vamos a conocer toda la Europa juntas, ya vas a ver.
–Bueno pues, mija.
–Pero ahorita, a leer –. La regaña.
La mayor retomó el libro que había dejado caer, con hambre y ansias, pues era lo que más le encantaba hacer: comerse una página tras otra todos los días y garabatear, sobre la hoja de agradecimientos, sus propios mundos. Esa era su hermana.
–Sos mi mejor amiga, Soco, serio que sí.
Socorro le sonrió.
–Alejandrina...–, llamaba Isabel a su hija– ¿Alejandra?
La mujer suspiró y enderezó su espalda, que le dolía bastante. Su casa no era muy grande, pero sorpresivamente su pequeña había descubierto todo escondite y hueco en que pudiera meterse para asustar a su mamá.
–¿Aleja? –, le siguió Socorro, quien apenas había llegado a hacer visita.
Isa escuchó un ruido cerca al baño, corrió la cortina de la ducha y allí encontró a la cachetona, pelo largo negro enredado en la correa de una cámara de juguete que su mamá le había regalado.
La niña rio al ver a su mamá secarse la frente de sudor, con el antebrazo lleno de grasa. Parecía molesta, pero ella rio aún más.
–De tal palo, tal astilla –, setenció.
Socorro jugó con ella toda la mañana, mientras su hermana mayor se alejaba y preparaba unas arepas quemadas, tal como a ella le gustaban: con un bloquecito de mantequilla encima.
Ya la niña, dormida y con la barriga llena, se tomaron un tinto que les soltó el corazón.
–Y nosotras pensando que dizque nos íbamos a ir pa todas partes–, dijo Isabel, dejando el pocillo encima del mantel.
Su hermana pensó, melancólica, en su vida, sabiendo que no todo había salido como lo habían soñado y se perdió mucho en el camino.
–Yo me la llevo a ella a viajar, Isa, ya vas a ver–, prometió Socorro, mirando a la niñita que dormía agotada en el piso de la sala.
La mayor sabía que sí, que ella siempre iba a estar ahí.
*Susana es estudiante de estudios literarios, oculta por mucho tiempo en la cueva de los estantes entre libros. Cree firmemente en ver el mundo a través de los ojos de la memoria. Le apasiona el chocolate casi tanto como la música con referencias históricas. Finalmente, siempre, sin que nadie la vea, pone el volumen del televisor en números pares y abre la puerta con la mano derecha.
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