Autor: Marvin Santiago Ruiz Correa*
Todo volvió a comenzar con Any por una mirada vaga de otros ojos avellanas; señal definitiva y rotunda como las nubes grises y sonoras de fines de marzo, siempre precedidas por diluvios universales, así como aquella tarde en que Andrei citó a Any en una mesa del café del planetario, para poner los términos del reencuentro que, en principio, sólo tenía fines materiales.
El momento del café no duró más de lo acostumbrado: <<cuatro cervezas y manos a la obra, como siempre>>, dijo Any con una sonrisa insolente tras la que ocultaba la débil expectativa de que esta vez, por fin, las cosas fueran diferentes. Luego, Andrei no apartó la mirada de la ventana del taxi que avanzaba lento y vacilante la cuadra y media que hay del planetario al motel, haciendo cálculos en medio de un monólogo interno: <<ocho días, más o menos. Sí, no se irá más largo>>. Los ojos avellanas sólo se desvanecieron de su mente cuando, ya hecho el gesto discreto y cómplice de la ventanilla anónima, ambos estrecharon los cuerpos hasta que lo único que pudo ver fue el azul encendido de la mirada de Any. Sólo se sintió listo cuando todo lo que respiraba eran las exhalaciones trabajosas de Any mezcladas con ese aroma fresco y sin historia del cabello lacio, con ese vapor de caldera a medio calentar que provoca la suave fricción; y así se olvidó, por el tiempo necesario, del anhelado vaho de sahumerio de la cabellera rizada de la otra. Y justo cuando Any pensó que habían conseguido el <<suficiente>> acostumbrado, donde la satisfacción había llegado luego de una sesión de repasos y de conocer novedades del cuerpo aprendidas con otros cuerpos, Andrei propuso lo inesperado: <<¿y si este sábado se nos vuelve domingo?>>.
La noche pareció una conspiración de sábanas y cobijas, de truenos y lluvia, para que ambos se recogieran en un sueño plácido y dilatado que parecía solucionar un tiempo de abandono, mutuo y remoto, que ninguno de los dos había padecido en realidad. Y con la sensación triunfante de estar más allá de <<lo acostumbrado>>, Any se prestó y contribuyó a las extravagancias de la mañana siguiente. Además, al mediodía almorzaron en un balcón de Junín. <<¿Qué nos está pasando esta vez? ¿Por qué me seguís la corriente?>>, preguntó Andrei acariciando con la yema de los dedos los nudillos inmóviles de Any, que sólo alcanzó a sonreír sin decir una sola palabra y ahora con una insolencia peor fingida.
En los días siguientes, Andrei consiguió mantener la tensión, generar sorpresa con un par de chistes y un <<¿Cómo vas?>> de vez en cuando. A los <<¿para dónde va esto?>>, ella respondía con un <<no sé>> cálido y desarmado que Andrei podía adivinar, e incluso en las llamadas la voz advertía los hoyuelos marcados, las mejillas sonrosadas, el juego de los labios y los dientes. Todo esto aumentaba al mismo tiempo que las señales fatales se hacían más evidentes: los ojos avellanas ya no buscaban los suyos; los rizos ya no sólo daban el vaho de sahumerio, sino otro aroma tenue y ajeno; las caderas no se dejaban dirigir de las palmas intrusas por debajo de la tela; <<tenemos que hablar>>. Justo como lo había pensado. En ese momento le hubiese gustado equivocarse, pero la otra ya le habían dado el día y la hora: <<sábado, siete de la noche. Ocho días, ni más ni menos. Ojalá que la pobre… con todo y los reproches, una hora, y media hora del planetario a Floresta. La muy… menos mal que no se le ocurrió en un restaurante>>.
Ese sábado a las cinco y media de la tarde, cuando Any cruzó la puerta del café del planetario y lo vio en la mesa de la ventana, Andrei intentó una sonrisa creíble que borrara de su cara toda señal del malestar que le provocaba ver cómo el día se deslizaba, lentamente, a las siete de la noche. Ahora fue Any la que buscó su mano encima de la mesa, en la que esta vez no había cerveza, sino café. Andrei miró hacia la mesa con los labios apretados hasta que ella presintió que esa tarde no habría ni motel ni mañana desenfrenada ni almuerzo en Junín ni nada que se le pareciera. <<Te juro que esta vez tenía la seguridad…>>, dijo Andrei con el mismo tono despojado de sentimiento con el que llamó al mesero por otro café, borrado también de toda culpa porque pensaba que de ese modo también le enseñaba una lección importante a Any, porque desde siempre supo que en el fondo de su aire de aventurera guardaba un ancla. <<¿Qué pasó?>>, preguntó Any con la voz firme e intentando evitar el brillo de los ojos con lentos parpadeos.
–Que todo en exceso es malo, incluso el equilibrio –respondió él.
–A vos nadie te endiente. Y ya es imposible que volvamos a lo de antes, ya no sería tan sencillo.
–En efecto, ya no sería tan sencillo.
Y después el encuentro no duró más de cinco minutos, mientras Any tenía un debate interno entre tirarle la taza de café a Andrei o si proponerle un último viaje en taxi, un último recorrido de cuadra y media. Él facilitó las cosas cuando se levantó de la mesa, pagó la cuenta y le dijo <<voy de camino al metro, ¿te acompaño?>>. En ese momento ella supo que habría sido mejor la opción de la taza de café por el aire, pero ya el mesero limpiaba la mesa; entonces sólo le quedó adelantarse de camino a la puerta y luego de camino al metro. De cualquier modo, también tomó distancia de él en la plataforma y procuró el vagón más alejado del suyo. Muy en el fondo, guardó la minúscula esperanza de que él la persiguiera hasta su estación. Sólo en ese momento, Andrei supo que estaba preparado para llegar al otro café de Floresta; ya había hecho el mérito suficiente para sentirse despreciable; para que la otra, la de los ojos avellanas y la cabellera rizada, hiciera lo mismo que él hizo con Any; para que él también fuera atropellado por la sinrazón.
–Ya sé que te lo esperabas.
–Sí, de un tiempo para acá… –respondió Andrei con una sonrisa sincera que le provocó el recuerdo del sábado anterior, del idilio fingido.
Marvin Santiago (Medellín, 1997) es estudiante de últimos semestres de Historia en la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Parte de su trabajo ha sido publicado en el Taller de Opinión de El Colombiano, Universo Centro, Laterales Magazine y la revista La Musa Sonámbula. En 2019 publicó 'Relatos ordinarios' con Vásquez Editores. Tiene la costumbre de cazar ideas en periódicos de crónica roja.
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