Autor: Gabriel Molina Paredes
Mire, careloquito,
allá su Santa Fe olvidado,
entre la tumba de SIlva
y la plaza de paloquemao.
Dese cuenta, careloco:
la sabana es una estepa
que se quiso cambiar de sitio
y cuando sale la luna ¡Ay, careloquito!!
Hasta en la pared más gruesa
se clava el puñal del viento.
Acuérdese careloquito,
Bogotá no tiene mar.
Ese olor a profundidades
solo es el chirrido de los nómadas
sacandole cicatrices a la montaña
con sus cordones umbilicales.
Acérquese, careloco,
a todos los laberintos metálicos
para escuchar de aquel errante
que solo en el ojo de la horca
se aparece algunas veces,
para salvar a algún ex-hombre.
que se esconde en La Picota.
Careloquito, allá en su barrio,
recuerde,
nunca hay ritos funerarios
y esas raíces bajo las tumbas,
sin lápida y sin muerto declarado,
se han amarrado unas a otras
y ya se toman las calles.
En esa Santa Fe,
donde cada quien muere callando
hacia el río Bogotá
siempre cayendo va la sangre,
pues ya sabrá, careloco
que nada cae a Monserrate.
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