Autor: Sebastián Castro Zapata*
Empieza el verano. Me despierto con la alarma de las nueve para no perder la mañana. Le doy rienda suelta al Chichi Peralta, escucho “Procura” varias veces y, como ola del mar, me imagino hundiéndome para siempre en tu rodar.
Vos seguro ya despertaste. Ya se te esfumó medio día. Te diste una ducha, comiste algo rico y saliste a un bar por una cerveza. Quedarse en casa en verano parece no ser una opción, el calor no te lo permitiría. Te imagino con tu camisa apretada por el sudor, tus cejas frescas y el pelo brillante. El verano te da algo, un olor, una sensación, un espíritu muy tuyo. Recuerdo que cuando éramos niños, en las clases de inglés, nos aprendimos todas las estaciones del año a pesar de que aquí en Colombia no las hay. Nunca se me va a olvidar la clase en que la pelirroja de la teacher de Andrea nos puso a hacer un dibujo sobre la estación del año que más nos gustaba. Yo escogí el invierno porque pensaba en la finca de mis abuelos a la que iba cada día de fiesta, fría, vieja y húmeda. Me encantaba dormir con cinco cobijas encima y sentir los chispazos de una chimenea recién encendida. Vos elegiste el verano y te pintaste con una pantaloneta lo más de bonita, una palmera, un par de cocos y un mar que te toco pintar de verde porque la fastidiosa de Vanessa no te quiso prestar el azul celeste. Éramos demasiado jóvenes para saber que la vida daría tantas vueltas, los veinte parecían una cosa lejana que solo existía en los datos de los futbolistas, en las laminitas del álbum del mundial de fútbol. La vida eran las tardes, los raspones, los saltos en los charcos y esconderle la lonchera a Vanessa, nada más. Eso de terminar siendo maricas, tomarnos de la mano por el centro de la ciudad y hacer nuestras vidas en diferentes puntos del hemisferio, no lo alcanzamos ni siquiera a esbozar. Cuando éramos niños pintábamos los sueños con mucha sutileza y menos realismo.
Hoy amanecí con muchas ganas de verte. Estuve a punto de escribirte un mensaje con mi móvil y a último minuto me arrepentí. Eso sí, podía sentir el sonido de las olas y esa vaina solo me pasa cuando estoy contento, con el alma bailando. Me hacen mucha falta tus miradas en la playa, nuestros juegos en la arena, las pelis que dejábamos a medias, el par de cervezas y las tardes en piscina tocándonos disimuladamente bajo el agua mientras esperábamos el momento oportuno para robarnos varios besos. Quisiera irte a ver de sorpresa, volver a navegar entre tus sábanas y tratar de mantenerme en las grandes olas que emanaban de tu boca. Sí, mierda, tu boca sacude, mueve, lo limpia todo. ¿Sos vos un gran besador? Seguramente. Una tarde de sábado en Madrid, nuestros cuerpos húmedos, los platos sucios reposando en el lavabo que se averió hacía unas semanas y un montón de besos en el cuello que terminan en pequeñas siestas con nuestras narices más cerca que nunca. Así se deben de sentir los veranos a tu lado.
Si vos pudieras escuchar todo lo que estoy pensando en este momento, me dirías algo como… ¿Y no puedes hacer eso con alguien más? Hay chicos que también saben besar bien, que les gusta juntar sus narices al acostarse, dar la siesta después del almuerzo y dejar para después los daños domésticos. Y sí hombre, eso que decís es verdad, pero con vos todo eso es especial. Bueno, no por vos precisamente. Es más bien por nosotros, por los dos. Por nuestra discordancia tan cercana y la forma en la que suenan nuestras voces cuando estamos juntos. Somos algo así como Carlos Baute y Marta Sánchez. Cualquiera que sepa cantar puede hacer una magnífica interpretación de “Colgando en tus manos", pero nunca nadie podrá hacerlo igual a como lo hace ese par mirándose a los ojos. Quizás entre ellos no haya nada y lo que hagan sea puro show, pero existe algo que se apodera de la pareja durante los tres minuticos que dura la canción. Hay química, y bueno, es a eso a lo que me refiero. Si bien es cierto aquel consejo que me diste alguna vez de “El amor de la vida es el amor que se tiene en el momento”, hay personas en el mundo con las que uno tiene cierto magnetismo y ese hecho va más allá del amor, el deseo y otros asuntos más bien románticos. Ese magnetismo no se borra por más que se quiera disimular.
Tengo un calendario al pie de la cama. Tacho los días todos los días (Valga la redundancia) y te debo admitir que tenía mucho miedo de llegar a estos meses, a esta temporada. La temperatura en mi ciudad, aquí en la zona tropical, marca 23 grados, mayormente nublado. Volví a dejar que sonara “Procura” y me puse a ver vuelos a Madrid en Internet para llevarme la sorpresa de que valen un ojo de la cara. Las páginas de las aerolíneas muestran un mapita donde se ve el trayecto que debería hacer el avión. Es una línea casi recta por todo el Atlántico, tan fuerte que une a dos continentes. Paso mi mano por ella y me imagino que te estoy haciendo cosquillas. Estoy loco. O bueno, no es eso, más bien estoy cansando de solo verte en fotos y de repetir una y otra vez los audios que me mandas cuando nos ponemos a hablar del pasado, del colegio, de nuestras escapadas a los cerros y de la vida de Vanessa que pasó de ser la fastidiosa del salón a ser una gran ejecutiva en la ciudad. El Chichi Peralta me pone a decir tonterías, “Procura” me dan ganas de jugar a tenerte cerca. Y es que de eso se trata, ¿no? Procurar es intentar. Ojalá pudiera descargarte de la pantalla de este móvil, o en su defecto, ponerlo en modo avión para usarlo y volar por encima de estas montañas. ¿Vos te imaginas? Yo volando montado en un celular como si fuera una bruja, sin que nadie me moleste y con la brisa obligándome a poner los ojitos chinos, los que te gustan.
El calor hace que los muchachos se enamoren. Si yo fuera a verte ahorita, en pleno calor, es posible que pueda volverte a enamorar. Tendría el clima de mi lado y no habría que hacer mucho esfuerzo para que broten las chispas entre los dos. Chispas parecidas a las que quemábamos en diciembre rodeados de un tropel de luces de todos los colores formando animalitos y casitas. Te podría comprar un helado, llevarte a una playa inhóspita en el Mediterráneo (usando el modo avión del celular, claro está) y quedarnos desnudos tomando sol. Y, bueno, no lo mal pienses, obvio que tengo ganas de ver ese cuerpo desnudo, pero en esta cita hipotética nos quitamos la ropa porque se nos derritió el helado y nos volvimos nada. Vos y yo ahí bien fugaces. Riéndonos de todo, tomando vino barato y esperando a que caiga el atardecer para bebérnoslo también. Saborear cada segundo, como cuando comíamos mangos maduritos o tomábamos hasta el último jugo de la sandía. Vivir para que nunca se nos olvide lo que estamos viviendo. Aplazar septiembre por primera vez en la historia de la humanidad, porque va a quedar mucho por conocer de tí y del verano.
En unas semanas cumplo 21 años y sigo pareciendo un niño. No solo por mis cachetes y mi sonrisa aburrida, sino porque estoy pasando mi mañana soñando despierto, evocando un verano que no conozco más allá de las tarjetitas que venían en el libro de inglés cuando teníamos diez. Todo lo que estoy dibujando es mentira. Quizás no seríamos capaces de quitarnos la ropa en una playa y es posible que los helados en Madrid en tiempos de verano los hagan con algo especial para que no se derritan tan rápido, pero bueno, todo es mentira menos nosotros. Vos por lo menos sí existes y eso no va a cambiar. Mi cuarto es una playa tropical y tus brazos un bosque. Así serán las cosas por un buen tiempo. Quisiera no estar en la nube y poder verte de verdad, no como una especie de hormiguita. Eso es lo único que quiero que cambie. Pasar mis manos por tu pelo corto, comernos Madrid y decirte: “Parce, te queda muy bien ese pantalón”. Besos en la cama los domingos, Majid Jordan sonando un rato, después Cepeda, Yatra y la canción Fresa de Tini que tu primo pensó que era Rosalía. Mostrarte el poder de mi celular, tomar tu mano y volar. Escribir una canción juntos y empezar por el estribillo, con pequeños jugueteos en tu ukelele Uva. Bajar por tu ombligo, subir por tu cuello hasta llegar a tu boca y gritar revolución. Decir me gustas, sentir pena y terminar hablando de tu abuela. Burlarnos de las mañas de Vanessa y los revueltos que hacíamos en los recreos con Cheetos, Doritos, papitas de pollo y limón.
En fin. Voy a hacer las maletas. Tomaré el vuelo de las 22:22. O bueno, mejor el de las 14:30 para volar apenas pase el aguacero y hacerlo entre un arcoíris de ensueño. Eso de volverte a ver merece ser una fiesta bien extravagante. Te escribiré en portugués que ya voy en camino. Le haré preguntas a los vigilantes de Barajas y terminaré en el gran Metro de Madrid. Lástima que no voy a tener red para volver a poner al Chichi Peralta, pero podré tararear Caraluna, me la sé completita. El jetlag querrá acabar conmigo, pero hasta tu puerta voy a llegar con un mojito. ¡Viva el verano!
La vida dejará de esconderse detrás de una promesa sin cumplir. Y de ahí, de dónde nace alguna inspiración, otra canción. Sabré que estás tú, bien escondido.
*Sebastián Castro Zapata (Envigado, Colombia; 2000). Escritor y, a veces, poeta. Estudiante de psicología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Escritor para el diario académico Al Poniente. En 2020, ganador de una mención de honor en el concurso "Echate un cuento" del periodico local Qhubo. Le gusta escuchar y el lulo con maracuyá.
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