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Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Las edades de las formas

Autor: David Ossaba Salazar*


Hombre Río

Hombre río,

que devienes de altas cumbres,

de tu naciente orfandad,

y tu cuerpo se esparce

por los asentamientos de sociedades,

por las tierras muertas, por las baldías,

por las sin hombres.


No te confundan:

no eres hombre del río,

eres Hombre Río.

No navegas por el agua,

eres el agua,

agua reflejante,

agua de memoria.


Los hombres del río

salen en las mañanas turbias;

son sudor y jornal.

Con los hombres del río

regresa la tarde húmeda,

en la caída del durazno,

y sueltas las barcas en la orilla.

Pero tú permaneces,

de noche, de día,

y cuando no se es

ninguno de los dos.


En la infancia me abrigaste

con tus mantos oceánicos

y maldije mi condición.

Pensé: “Qué tan desgraciado

es el hombre que posee pulmones

y no puede vivir en ti”.

Quisiera no tenerlos

y ser Hombre Río,

O hasta Hombre Pez.

Porque para poder ser hombre

antes se necesita ser río.


Retorno de la noche

Es posible caer en el mismo nombre dos veces,

imaginar una piedra hueca,

caminar por la planicie de un recuerdo

y no poder evitar llegar al mismo punto.


A una madriguera de amarguras,

llena de túneles y pasillos espesos,

opacos, infranqueables, mudos.


Incapaz de controlar el céfiro,

la memoria cede y pasa por caminos indeseados,

sin oportunidad de retorno, cuando la tierra se decolora

y los restos sosegados gimen en el día.


Rescoldo

Veo un conejo blanco en el espesor de la noche.

Salta calmado, sin afán, sin pelear contra el tiempo,

por el campo teñido de negro.

Lo aprecio inerte, intentando no hacer

el más mínimo ruido; temo asustarlo y

que en mí vea a un ser violento, a un depredador.


Destaca en la noche como un punto blanco,

una mancha clara en un fondo brumoso,

una forma sucedánea de la infancia.

Desprotegido refleja la luz de la luna

y la propaga por su cuerpo.


Quizás en otra edad más quimérica

hubiera querido seguirlo, con el

delirio de encontrar un mundo nuevo.

Esperar a que se metiera debajo de un árbol,

y así encontrar la puerta a esa

nueva tierra apócrifa.


Pero las edades han petrificado

esas quimeras, esas posibilidades,

esas necesidades de tatuar los ojos con

lo incomprensible. Por todas

partes hay rastros de humanidad.


En el líquido de la noche veo al conejo blanco,

va hasta un árbol viejo y se sumerge en sus raíces.

Lo veo perderse, pero, esta vez,

decido no seguirlo.


* David Ossaba Salazar. 15 de julio del 2000, Medellín, Antioquia. Estudiante de Estudios Literarios en la UPB con énfasis en Creación, Medios y Edición. Con afinidad a esas palabras presentes en el día, perceptibles pero no reconocidas. Apasionado por los universos transmedia, por la virtualidad del lenguaje y por las nuevas propuestas narrativas.

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