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  • Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

La Hormiga Grande

Autor: Juan José Yath Granados


Su tamaño era su carta para llamar la atención, así como la que la aisló. De un rincón para otro, una hormiga se movía por todo el cuarto de lavar la ropa. Era una criatura de gran dimensión, quizás el doble del promedio de su especie. Esta característica fortalecía el peso del cuerpo, volviéndola en una especie de mastodonte comparada con las diminutas hormigas que merodeaban esa zona. Sus patas también recibían algo de esa fuerza, haciendo que desplazarse del balde hasta la lavadora, y de esta hacia cada una de las botellas de limpieza, no le molestara en el momento. Se recorría el espacio sin la preocupación de ser pisada. El único humano que vivía en el apartamento se compadecía y procuró no aplastarla la noche en que la vio.

Esta hormiga grande corría y corría, daba descansos de menos de cinco segundos y volvía a moverse. El humano reparó en que había pasado una hora y seguía allí, así que salió del cuarto, quitándole importancia. La hormiga no interrumpió su recorrido cuando sintió sus pasos, no le inmutó ni el momento en que su pie estuvo a un centímetro de ella. Se desplazaba dispuesta hasta cada cosa sin titubear, como si ya tuviese planeado su objetivo y el siguiente. Casi como un circuito, iba a cada extremo posible que pudiera idear ante tantas cosas gigantes para ella. Cuando terminaba de dirigirse a todos, volvía a empezar.

Cerca de la una de la madrugada, el humano observó desde la cocina a la hormiga haciendo el mismo recorrido, pasando por las mismas partes que horas atrás. Ni siquiera se atrevía a cambiar de zona del apartamento, se mantenía en el cuarto lavar la ropa; cuando parecía que saldría de allí, se giraba de repente, como si percibiera otra pared frente a ella. El gato del humano pasó por donde estaban. Miró a la hormiga, pero no consideró comérsela o jugar con ella, se quedó a su lado y una que otra vez la observaba moverse a donde deseara, fue así en lo que le daba sueño. La hormiga tampoco se fijó en el felino, seguía en su circuito y cada vez que chocaba con su pelaje se iba a otro objetivo. El humano, por su parte, se aburrió y no la vio más por la noche, pensaba que era parte de la naturaleza y asumió que le quedaba poco para morir.

Algo a resaltar era un cierto desgaste en sus movimientos. Sus patas coordinaban bien, pero les costaba trabajo que todas las partes estuvieran a su ritmo. A pesar de que sus extremidades eran más grandes que las del promedio, no eran suficientes para lidiar con la pesadez del cuerpo. Si se veía más de cerca, sus patas hacían un ligero impulso para que el cuerpo se mantuviera a su paso. Esto igual no detuvo a la hormiga. Sus descansos no debían ser suficientes para reponerse y aun así ella seguía. Algunas veces cada sesión de su estructura iba enfocada en el objetivo, otras veces eran sólo las patas y la cabeza.

Hasta entonces no se encontraba con algún otro insecto. No fue hasta las dos de la mañana que otra hormiga de diferente especie se le acercó. Era de color negro, mucho más pequeña y lenta. Sin embargo, había un equilibrio en cada una de sus partes al moverse. No había paso que no coordinara, tampoco había síntomas de cansancio.

–No hace falta preguntar para saber que algo de ti necesita parar –dijo la hormiga negra, mientras aprovechaba que convergía con la hormiga grande en su recorrido, debido a que esta nunca se detenía.

–Llevo horas moviéndome por esta zona. Pensaba en al menos hacer una imagen de cada ángulo que veía, pero tuve que usar esa energía para no detenerme –le respondió la hormiga grande, quién aprovechó el pequeño descanso para responder, luego siguió corriendo.

–¿Dónde está tu colonia? –preguntó la hormiga negra tratando de acercarse a la velocidad de la hormiga grande para que pudiera ser escuchada.

–La verdad es que ni siquiera sé si llegué a pertenecer a una. Es posible que sí. Seguramente me dejaron atrás. Pude haber estado buscándola durante todas estas horas, pero hasta eso se me olvidó. El sentido que quizás le tenía a lo que hago se esfumó por lo menos antes de que el humano se fuera del cuarto. Y es cierto, no me conviene continuar, mis patas no están hechas para tanto esfuerzo. Siento como si mi memoria no dejara de ceder recuerdos a cambio de más energía para continuar el recorrido.

–¿Y si es tan dañino por qué sigues?

–Yo pude parar hace rato, pero hay algo que me empuja a moverme, es el mismo impulso que hace que no cambies tu objetivo. De todos modos, con un tamaño como el mío no puedo funcionar en una colonia. Permanecer en esta acción es lo que más recuerdo este punto. Nadie se me ha interpuesto. Ningún humano me ha pisado por ahora. Hasta el gato no sintió apetito por mí.

La hormiga negra no interrumpió más su circuito. Recordó su objetivo original y comprendió el de la hormiga grande. Siguió su camino y no hablaron más (Lo que le vino bien a la última, porque hubiese sido fatal alargar la conversación por el enorme gasto de energía).

La hormiga grande mantuvo su ciclo de correr por toda la noche. Los recuerdos se agotaron y sus piernas absorbieron el agua de su cabeza para abastecerse de energía durante las siguientes horas. La falta de líquido hizo que la cabeza se contrajera dentro de sí misma, quedando como una masa arrugada parecida a una diminuta bola de papel. En lo que eso ocurría, los componentes de esta parte cambiaron de lugar para no separarse. Entonces las mandíbulas estaban en el lugar donde debían estar las antenas que acababan de partirse. Ya no existía pensamiento en el bicho. Era más un juego de locomoción hacía cualquier lado y sin interrupciones. No fue hasta ya de día cuando la hormiga se pudo detener por completo. Unos técnicos vinieron a revisar la lavadora del humano. La hormiga al principio esquivó de suerte cada pisotón. Sin embargo, eran demasiadas personas recorriendo cada rincón. Uno de ellos le acabó aplastando el abdomen sin percatarse de las varias veces que pasó frente a cada uno. No hubo algún líquido saliendo del destrozo. Las patas se separaron al instante del cuerpo como si estuvieran aferradas a lo último que podía aguantar el torso, ninguna de ellas dejó algún rastro de intentar moverse luego de la desunión.

El borde de la bota con que fue pisada le permitió a la hormiga mantener la zona delantera del cuerpo con vida, por lo menos en agonía. Si continuaba al ritmo que iba antes del daño, debía al menos seguir moviendo la cabeza junto a lo que quedaba de abdomen. Ya en ese momento, claro está, nada del cuerpo, que no fueran las piernas, estaba consciente de lo que recorría. Era más parecido a un impulso alargado por horas. Todo se detuvo justo al ser aplastada.


*Nacido el 6 de diciembre de 2002. Estudiante de la Universidad pontificia bolivariana en estudios literarios. Tuvo distintos intereses de chico sin llegar a algún rumbo hasta encontrar un lazo en la lectura hace no demasiado tiempo. Le gusta intentar escribir y dibujar. Fascinado por cada obra, ya sea visual o escrita, que le produzca nostalgia, esperando crear cosas así en el futuro.

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