Hipertexto de Hamlet, de William Shakespeare.
Autor: Manuela Borda Gómez*
Horacio:
Buenas noches, mi dulce príncipe[1]. Los coros de los ángeles cantan para tu descanso, ¿es que no los escuchas? Paren, les ruego, paren todo y déjenme despedirme del más bello y aventurado de todos. Es nuestro menester respetar su recuerdo. Con su cuerpo entre mis manos debemos honrarle. Y aunque sea muy tarde, debo responderle[2]. Todos deben saber que no estaba loco, no señor; entre los locos él era el más cuerdo. Las únicas palabras sin sentido que salieron de su boca hacia mí fueron, tal vez, palabras de amistad. Él, el más alto de todos, me eligió. A mí, que no tengo más renta que la que me sirve para alimentarme y vestirme.
En mi recuerdo permanecen aquellas palabras que no pretendían adularme, pero las cuales no fui capaz de olvidar. Me las dirigió aquel día que reconoció en mi carácter la fortaleza de recibir con igual semblante los premios y los reveses de la fortuna. ¿Pero qué reveses ha recibido mi alma? ¿Cómo se me puede considerar digno de tales elogios, cuando el que los dijo yace muerto a mis pies? Debería ser yo el cuerpo sin vida, y no él. Me encontraba en el centro de su corazón y ahora ese corazón no late más. ¿Entonces, dónde quedo yo? Ay, sí, recuerdo bien que nuestro príncipe respetaba a los hombres que no fueran esclavos de sus pasiones. Irónica vida, que se lleva a los hombres que no hacen lo que predican. Todos acá, pecadores, han sucumbido a las pasiones más locas y los pensamientos más perversos; y cuando nuestra familia real emprendió ese mismo camino, fue castigada vilmente. Un joven que se dejó llevar por su corazón no fue capaz de tener cabeza dura y fría: se traicionó a sí mismo con palabras.
Ahora debo entregarle a este hombre[3] lo que le pertenece por derecho, a este mismo hombre que pretendió en algún tiempo invadir nuestra confianza.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Respóndeme, oh Dios, por favor, y no me abandones en este dolor. Dale a mi alma la tranquilidad de saber que Hamlet está allá arriba riéndose de mí, porque solo él sabe cuánto se puede dilatar un hombre en pena. Solo él puede entender las palabras que salen de mi boca como dagas y lastiman a todos cuantos me oyen. ¡Que los coros angelicales puedan acompañarle al celeste descanso!... Pero, ¿cómo se llega hasta aquí el estruendo de tambores?
[1] En la última escena de Hamlet, cuando este muere, Horacio usa esta frase para despedirse de su amigo. A partir de allí extiendo este monólogo. [2] Se refiere al acto III, escena X, en la cual Hamlet elogia a Horacio y le pide que vigile a su tío, el rey, durante la obra. [3] Fortimbrás.
*Me llamo Manuela Borda Gómez, tengo 18 años y estoy en tercer semestre del pregrado en Estudios Literarios. Empecé a estudiar Producción Digital en Cine y Videojuegos con Academy by Polygonus y su asociación con la Alcaldía de Medellín. Me gradué del colegio San José de La Salle como la mejor bachiller de mi generación y recíbi una beca para estudiar en el exterior con la academia EF, con la cual viajé en 2019 a mejorar mi inglés. Tengo un relato corto publicado en una antología llamada Soledad, de la Editorial ITA.
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