Autor: Salomé Cantillo Herrera
Amor:
para que fueras todos los hombres del mundo,
he tenido que cambiar las cosas de la casa.
Quité la biblioteca, la sala y la cocina
para hacer entrar una cama grande,
de tu tamaño,
y la he tendido con láminas de bronce,
como si se tratara de un escudo antiguo,
para que me fecundes solo con reflejos.
La silla que mirarás al entrar a la casa
es la única que puede sostenerte.
Te servirá de trono, en unos años,
para que disfrazado de rey gobiernes sobre tus hijos.
Ya verás cómo todos los días permanecen
las puertas y las ventanas abiertas.
Lo he pensado así para que te derrames y te extiendas
como en una hidrografía sin límites.
Parecerás una vela siempre encendida.
Por el rastro de tu esperma,
te encontrarán todas las generaciones,
y otros, en todo parecidos a ti,
ofrecerán su vida por un minuto
sobre el dios burlado y entre el dios poderoso .
Cautivados por la imagen erecta del ídolo raptado.
He dispuesto esta mesa, amor,
para que, cuando estés listo,
escribas, con la potencia del miembro transformado,
acerca de las cosas del mundo.
No escribirás sobre la arena
—como se hace con los pecados—,
sino sobre las piedras.
Escribirás hasta que te canses,
porque en todo eres más justo que yo,
y duermas y sueñes.
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