Autor: Alberto García Alzate*
Andar silentes por caminos inertes.
Buscar el amor en charcos de tinieblas.
Ver gavillas de ideas incoherentes.
Perderse en túneles de incógnitas nieblas.
Verter llanto y sangre en nuestro tránsito
por este edén de horror y de belleza
donde lo bueno permanece tácito
o enclavado en los muros de la tristeza.
Adentrarse en amplias junglas de placer.
Hallar en la bohemia goces absolutos.
Mirar indecisos, en cada amanecer,
asqueantes muecas de seres disolutos.
Adherir coraje a nuestras esperanzas.
Mascullar amorfa flor de maldiciones.
Desterrar de los jardines de alabanza
cuanto estropee nuestras caras ambiciones.
Adentrarse en el seno del crepúsculo
buscando hasta el fin la intrépida verdad
agazapada en evanescente opúsculo,
hablándonos de la célica heredad.
Gritar sin temor entre la muchedumbre.
Huir aterrados a secretos bosques.
Llorar, implorando un ápice de lumbre
antes que suenen los funerales toques.
Prodigar al perro una afectuosa sonrisa,
y, a cualquier niño una patada brutal.
Tender los brazos a la viajera brisa
en tanto se nos burlan fantasmas de cristal.
Hacer la paz con horrendas armas nucleares,
y, con las mismas defender fatuos credos.
Franquear, osados, fuertes valladares
sin presentir los maléficos torpedos.
Correr por los campos tras humildes aves.
Afrontar sin miedo bestias furibundas.
Remar silenciosos en abstractas naves
o perseguir mariposas errabundas.
Desfogar presurosos toda ansiedad.
Caer al ígneo pozo de la pasión.
Gozar con la presencia de la crueldad
sin vislumbrar benévola visión.
Beber, aterrados, en los odres del misterio.
Atravesar las estepas de lo incierto.
Extasiarse en los acordes del salterio
o correr sin rumbo por yermo desierto.
Permanecer exhausto en dura yacija.
Ambular triste en camino solitario.
Alelarse frente a rútila sortija.
Nadar en helados ríos sin estuario.
Cantar bucólicos versos en las viñas
sin que el espíritu pueda alzar el vuelo.
Enfrascarse febril en absurdas riñas
frustrando al corazón su amoroso anhelo.
Danzar desesperados por las avenidas
experimentando impetuosos fragores
de las inhumanas lides fratricidas
que van cromando las calles de dolores.
Rodar frenéticos a pútridos tálamos.
Desovar los odios en nidos de estrellas.
Guarecer la miseria bajo viejos álamos
donde acaso han de retozar mil doncellas.
Esconder en cada copa la tristeza
que deja en el alma alguna desazón.
Componerle himnos a la belleza,
o, ir estrujando con ira el corazón.
Plantar en la mirada alguna esperanza
que logre aferrarse a la humanidad.
Equilibrar por siempre la balanza
que por do quiera ha de pregonar caridad.
Esculpir gozo y dolores en los gestos.
Corregir el rumbo a las funestas barcas
que se han de llevar los mortales restos
el día en que a cosechar vengan las Parcas.
Beber íntegros los zumos de la ciencia.
Cortejar la ilusa ninfa de la suerte.
Jactarse con orgullo de la experiencia
sin percibir que cuanto se mira es inerte.
Cabalgar sobre los vientos de la nada
en pos de nubes que atrapen las quimeras.
Y en aras de la mágica cítara alada,
volar a crepusculares praderas.
Entregarlo todo a flébiles amores
esquivando siempre impúdicas patrañas.
Rebosar el cáliz de tristezas y rencores
y los jardines de nefastas cizañas.
Inducir la inocencia al libertinaje.
Y a la inofensiva mansedumbre al crimen.
Condenar toda la pureza al ultraje
y violar de la verdad el casto himen.
Pregonar desde las tribunas del universo
la absorta y triste canción de los adioses.
Y decir que los hilos de los adversos
se entretejen con los hilos de los goces.
Eso es la vida, la vida que florece
en cada sencilla pompa que se eleva
en pos del secreto sitio en que fenece
todo el ideal que muy dentro el hombre lleva.
Es la vida que en bellos jardines canta
y en las soledades de algún río llora.
Y de infernales escollos se levanta
y aterrada, entre la oscuridad implora.
Es la vida que nos impulsa a amar
y nos lega su fontanal de ternura
pero también nos ha enseñado a odiar
y regar a nuestro paso desventura.
Es la vida retozando sin pesares
lo mismo en la belleza de las flores
que en esos magnos estrados estelares
donde emanan de la dicha los rumores.
Es la vida que palpita en el cariño
cintilante en toda la naturaleza
y en el rostro sonriente de cualquier niño
cuyo mirar es derroche de pureza.
Es la vida fluyendo feliz, altiva,
de cada poro insinuante de la tierra.
De cada ola expandiéndose sensitiva
hacia los riscos donde la fe se aferra.
Es la vida con su música divinal
galopando por la piel y las arterias,
enfrentando toda amenaza abismal,
aunque a veces le atacasen las miserias.
Si miráis a los jardines alelados
y veis en el aire una rosa suspendida,
no huyáis. Y menos, gritéis asustados:
Eso es la vida... Es la vida... Es la vida.
* Alberto García Alzate (“Álamo D’Zubia” Neira, Caldas) ha publicado en diferentes periódicos y revistas regionales. Fue finalista en 1986 del Concurso Poesía Corporación Amigos de la Cultura de Neira, Caldas. Participó en teatro en los años 1986, 1987, 1988 y 1989. Fue finalista en 1995 y 1996 en el Concurso de Cuento y Poesía Joaquín Ospina Vallejo. Publicó en 2009 “El Camino De Los Cantos”. En 2012 participó en colectivo “Todas Las Palabras” y en 2014 en “Cafeína”. Fue finalista en 2021 del IV concurso Agripina Montes. Ha sido jurado en varios concursos de poesía.
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