Autor: Gilmer Mesa*
Desde el primer momento se odiaron a muerte. Pese a que eran idénticos hasta en la más mínima fibra de sus cuerpos, sus caminos se entreveraron desde siempre y el que fueran iguales solo hizo más enconada y ajustada la lucha. Pronto entendieron que el territorio, aunque amplio en sus dimensiones, era demasiado estrecho para compartirlo. Los unía la misma mala sangre que los engendró, pero sus diferencias coyunturales eran tan ásperas e insondables que, a medida que iban creciendo, su parecido se intensificaba a la par que su ensañamiento hacia el otro. Sabían odiarse, y el estar en constante contacto con ese otro homólogo incrementaba la antipatía que cada uno sentía al verse auscultado por sí mismo todo el tiempo, en una suerte de siniestro espejo que repetía tanto la anatomía como la inquina, hasta el punto de hacerla insoportable. Decidieron tomar esquinas diferentes y dividir el territorio, ensanchando los dominios propios hasta donde el otro se interpusiera. La contienda frontal no tardó en presentarse. Como ninguno de los dos era más fuerte que el otro, los enfrentamientos eran feroces, aunque sin ganadores, y devastaban el terreno en un empate perpetuo que jamás se resolvía en la victoria de uno de los contendientes, la cual implicaría la extinción absoluta del contrario. Hubo un breve lapso en que ambos entendieron que pelear en esas condiciones solo era prolongar los intentos fallidos. La tregua sirvió para que cada uno afianzara mejor sus estrategias y planeara un golpe rotundo. Pasados unos días de calma, se desplegó el más contundente ataque. Después de largas horas de cruenta reyerta, la región que los sostenía colapsó, pero esto no impidió que continuara la lucha. En lo más agitado del rebate uno de los dos consiguió enlazar al otro por el cuello y, apuntalando la pierna contra su espalda, jaló con todas sus fuerzas hasta sentir que claudicaba la resistencia del contendor, que se distendía exangüe. Abotagado por las apacibles mieles de la victoria, el triunfador no sintió la cuchillada que perforaba el vientre y las dos manos que lo agarraban por la espalda y lo conducían hacia esa luz nueva y perjudicial que le laceraba la vista. Soltó el cordón umbilical con que había estrangulado a su hermano y empezó a llorar con todas las fuerzas que le quedaban. Entre el cristal de sus lágrimas contempló a su madre que, desmadejada en un charco de sangre y con un rictus de orfandad dibujado en el rostro, yacía muerta en la blanca cama de un hospital anónimo.
*Gilmer Mesa nació en 1978 en Medellín en donde ha vivido toda la vida, Estudió Filosofía y Letras y una Maestría en Literatura, ambas en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín,Desde el 2007 ha ejercido la docencia en diferentes universidades de la ciudad y actualmente se desempeña como profesor de hora catedra de la UPB con las asignaturas de Política y Geopolítica y de la Universidad EAFIT en donde dicta el semillero Maestro, también ha trabajado como productor y locutor de los programas culturales sobre la música popular “Tango-Gotan” y “Tin Tin Deo” en la emisora 100.4 fm y “Bizarradio” en 940 am. Ha publicado la novela “La Cuadra” con el sello editorial Penguin Random House con la cual además se ganó el XII concurso de novela y cuento de la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia 2015.
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