Autor: Felipe Osorio Vergara*
Los últimos destellos, agónicos, se cuelan entre las nubes grises. Finas líneas lumínicas luchan con todas sus fuerzas contra la oscuridad que se avecina. Están rodeados, son como Leónidas y sus espartanos en Termópilas. El disco dorado, su respaldo, se ha esfumado entre las montañas. Al final, terminan por rendirse a las tinieblas, por fundirse con su enemigo. Aunque es una fusión traidora, mentirosa. La luz clava una puñalada y se esconde
tras la rodela blanca, es su último bastión; la Constantinopla asediada por los otomanos. Un aliado inesperado desgarra la noche por todos los frentes: media humanidad se pertrecha de faroles, velas, lámparas y candiles, luminarias públicas y bombillos privados que arañan la negrura nocturna. En los yermos, a la aislada resistencia de la luz de la Luna, la auxilian estrellas y planetas, tímidos destellos que hieren, como saetas, el manto oscuro. En los polos, zonas que parecen dominadas por las tinieblas, la luz lanza su arma secreta: ráfagas de auroras polares que, como fuego griego, encienden la noche polar. El alba viene con Inti, Rá, Helios, y Amaterasu, o la corporeización de todos en uno, una cuaternidad sagrada que refuerza el refrán de que el Sol sale para justos y pecadores, para orientales y occidentales. Ya la oscuridad es quien retrocede, rompe filas. Huye. El Sol se levanta, altivo, vencedor sobre la noche. Aunque solo por unas horas. Mientras tanto, la oscuridad se reagrupa en sus cuarteles, en las sombras, esperando la batalla del ocaso.
* Periodista en formación de la Universidad de Antioquia. Sus intereses oscilan entre la historia y la cultura. Disfruta la investigación tanto como la lectura, aunque es la escritura la que le permite transmitir parte de su esencia. Es un convencido de que cada texto refleja la identidad de su autor. Ha obtenido diferentes reconocimientos en periodismo digital y universitario. También ha colaborado para medios de comunicación de Antioquia y el Eje Cafetero.
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