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Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Pueblito Viejo (parte i - Mono)

Autor: Susana Angarita Vásquez*


Nuestra casa es donde siempre

tenemos la llama encendida.


-No me gustan los pájaros, papá.

-¡Pero como son de lindos! Ve, mirá las palomitas, Aurora...

-No me gusta que se coman las migas.

-Claro, tienen que comer algo, ¿no?

Socorro vio a las palomas picoteando en la plaza y, enfadada, añadió:

-Pero si se comen las migas, alguien no va a encontrar el camino de vuelta a la casa.

Luis sonrió, entendiéndolo todo.

Abrazó a su hija y le dijo:

-No te preocupes, Aurora. A ti no te ocurrirá lo del cuento, yo a ti te enseño el camino para que siempre sepas volver a la casa.

-Entonces, ¿uno no se pierde?

-Nada- afirmó Luis con seguridad.

Socorro inclinó la cabeza hacia adelante y por lo bajito dijo:

-Pero no es eso, papá

-¿Tonces, mija?

Al incorporarse, su hija habló cálida, pero seria. Como era ella.

-Yo me pregunto si algún día no vas a acordarte de cómo volver aquí a tu casa.


Mono

Parque Berrio, Medellín.

Cansado, Luis Eduardo se recostó en el pequeño sillón color marrón solitario, en aquella habitación semivacía. Finalmente había conseguido entrar en los juzgados. Aquél puesto solo era una retribución del trabajo duro y del esfuerzo que puso en largas horas de trabajo. Aunque, claro, recibió un poco de ayuda.

-Luis- llamó la hermana Socorro entrando con un poco de cajas. -Ayudame con esto, por favor.

Solo le tomó un momento al par para arreglar lo que sería la oficina de un nuevo abogado por los siguientes años de su vida.

-Mirá lo que me encontré en las cajas- dijo Socorro mientras apartaba un pedazo de papel ancho, cubierto por polvo y un tanto amarillento, lo que parecía ser un afiche.

-¿Qué es eso?

-¿Quesque ya no te acordás, Mono?

La mujer, sosteniendo el papel de las puntas, lo desplegó con delicadeza, tratando de no causarle algún daño. El tiempo le había provocado demasiados agujeros.

Al acto, fue revelado ante ellos un afiche gigantesco, con la foto de una aparatosa y descomunal mujer. Ambos comenzaron a reír.


Eran las diez y media de la noche y Luis Eduardo, silenciosamente, intentaba entrar a su habitación, de la que había previamente escapado con unos amigos. Al tropezar por la puerta y cerrarla con fuerza, se cayó de sus manos un afiche que consiguió de aquella discoteca a la fueron. Su mano se detuvo a mitad de camino cuando iba a recogerlo, pues su hermana entró dando pisotazos.

Inmediatamente, el instinto del muchacho fue cerrar la boca, el olor a aguardiente podía olerse a millas.

-¿Usted qué hacía afuera a estas horas de la noche?

Socorro mantenía la mirada fija en los ojos pesados y rojos de su hermano, que se mantenía inmóvil y con la jeta cerrada.

Las manos en la cadera y el ceño arrugado, su hermana le insistió.

-Luis, ¿dónde estabas, hombre?

-Mija, pues. . .

Histérica en sus movimientos, Socorro le cortó la voz de un movimiento y se lanzó a la cama al lado de ellos, a organizarla del desorden que sobre ella se encontraba, sin percatarse de la extravagante imagen que se encontraba justo al frente de ella.

Luis se giró y, en su torpeza inducida, pateó el póster nuevo del que estaba tan orgulloso hacia adelante, haciendo que se desenrollara sobre el piso. La hermana bajó la mirada para encontrarse con otra, impresa, provocativa y seductora, proveniente de una mujer indecorosa.

-¿Y esa?- le preguntó a Luis

-El amor de mi vida- logró pronunciar y se echó a carcajadas

-. . . cochinada, mono. . .- la escuchó balbucear.

Y, de un solo golpe, Socorro agarró el afiche del suelo y se lo llevó consigo mientras, de un portazo, salía de la habitación.


-¿Y eso?- preguntó Luis señalando una pequeña biblioteca de madera oscura, en el fondo de la oficina.

-Un regalo. . . de bienvenida. Para que empecés aquí a echar raíces- y de reojo miró el afiche.

-Gracias Soco.

Abrazó a su hermana con fuerza, las mejillas aún doliéndole de la risa.


*Susana es estudiante de estudios literarios, oculta por mucho tiempo en la cueva de los estantes entre libros. Cree firmemente en ver el mundo a través de los ojos de la memoria. Le apasiona el chocolate casi tanto como la música con referencias históricas. Finalmente, siempre, sin que nadie la vea, pone el volumen del televisor en números pares y abre la puerta con la mano derecha.

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