Autor: Gabriel Molina Paredes*
Dijo alguna vez un feligrés
que los muertos saldrían de las tumbas
y Popayán no existiría más,
al caer la cruz de piedra.
Cayó el jueves la cruz,
los muertos salieron de sus tumbas;
y aunque siguió existiendo Popayán
había cambiado para siempre
Tres años pasaron de tu muerte, Paye,
para que tu melancólico paisaje
se viera hecho pedazos.
18 segundos
Mil novecientos ochenta y tres, un jueves santo,
En 18 segundos retumbaron los ladrillos
como ecos de un pasado
que estrepitoso se viene abajo.
Estaban listos los perfumes, listos los vestidos,
el rumor de incienso matutino,
los rollos en cámaras turistas
y los pasos en posición para el desfile.
Mas empezaron los ladridos.
Primero ladraron perros, luego entrañas de la tierra.
Una ciudad en pugna reiterada con el suelo.
Ese miércoles tuvieron,
adelantándose al Cristo,
su última cena unos trescientos.
Arañas gigantes dejan huellas negras,
las calles se retuercen,
y la ciudad se llena de raíces como grietas.
Rugir del diablo y de los techos
UN ESTRUENDO
y otro.
Es la historia que se está cayendo.
El órgano de la catedral está en silencio.
El organista está con vista al cielo.
“Ya cayó este templo”, dice,
“Lo que suena debe ser el resto”.
Se revientan las paredes como cuerdas de guitarra;
la cúpula cayó sobre cincuenta.
Junto a las estatuas, los escombros,
homenaje a La Pasión junto a los muertos;
el imperio del polvo se toma el aire,
los payaneses se buscan
sin poder mirarse.
Reventados de pie quedaron:
La Torre del Reloj,
San Francisco, La Encarnación,
Fátima, La Ermita y Santo Domingo.
Junto a ellos,
alguna mujer busca los restos de su hijo.
De pueblos vecinos huyeron a las ruinas,
de las ruinas querían huir y no supieron donde.
Pasaron los segundos y cesó el crujir de tierra,
se asentó también la polvareda,
y del desastre sólo quedó el silencio
de lágrimas chocando con las piedras.
Desde el cementerio empezó a salir
el olor a exhumación involuntaria de los cuerpos.
Bajo la luna, siguiendo la rutina,
desfilaron espectros de los pasos
sin que nadie los cargara y por las calles retorcidas
en procesión fantasma de día sacro.
Llegó a sobrecupo el suelo santo
y las familias
enterraron a sus muertos
junto a cadáveres de casas.
A la intemperie intentaron conciliar el sueño,
tumbados junto a casas derruidas.
¿Qué súplicas habrán llegado al cielo?
Se anuncia la reconstrucción:
alguna mujer le pide al presidente un ataúd para su hijo,
Belisario se conmueve y entre ruinas
se saca unas monedas del bolsillo.
Como en mil setecientos treinta y seis,
surgió del polvo Popayán tras la tragedia;
se hicieron casas y reconstruyeron templos,
mas no volvió nunca la ciudad de antes,
la de ahora siempre tuvo rostros nuevos.
Grises tejados y sensación de olvido,
tantas cosas que fueron y están muertas,
tantas cosas, Paye,
que quedaron en el piso.
Foto: Luis H. Ledezma. (Proporcionada por el autor).
*Gabriel Molina Paredes. Amante de los poetas rusos y de rotarlo en tiempos pandémicos. Su primer poema fue un plagio vendido en 6 mil pesos. Estudió en esos sitios de élite bogotana y ahora no sabe distinguir entre trampa y literatura. Sus más destacadas obras están expuestas en documentos compartidos y chats de algunos desocupados. Le gusta bucear, el café de tostao y subir cerros. Se cansó hace mucho de intentar declararse meteorito, amigo, poeta y se quedó solo con el Gabriel, de tanto mudarse quedó viajado. Lo quiere resto de gente. Un resto.
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