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  • Foto del escritorEl Galeón Gaceta Literaria

Partos en praderas que no dibujan montañas. Un monólogo.

Autor: Esteban Domínguez Roldán


“La vida comienza con cada una de nosotras entrelazando nuestro aliento con el viento. Nuestro dolor con el océano.Nuestro vientre ensimismado en la tierra bajo la expectativa que una abeja ajena proponga, por imposición, el toque faltante para fomentar aves sin vuelo. No lo dijo así mi padre, pero sí lo hicieron los cuentos infantiles, que siempre encaminaban la alegría de una niña al bebé, a concebir una vez esta se hace mujer. Pero ya siendo mujer, los cuentos infantiles resultan tan falsos como impositivos. Tal cual lo es ya mi padre, quien muy seguramente me hablaba del camino de las señoritas y su llegada a la adultez a partir de lo que le comentó su padre, ni tan siquiera su madre.

»Las conversaciones cuando dejé la casa por razones diferentes a la de tener un marido, fueron el germen de nuestras diferencias. La segunda fue irme del país, pues ninguna mujer respetable sale con esas ideas, ‘menos sola y menos mi hija, respéteme’, decía él. Yo debía ser el florero dispuesto a contener las flores. Nada más importaba. Menos importaba el agua y los residuos marchitos que dejaban las flores muertas. Lo único relevante respecto a los floreros es aguantar el agua sucia y sonreír al recibir flores nuevas.

»Le dolió que me quebrara y que el agua sucia cediera hacia las baldosas de su casa y manchara sus zapatos. La mugre líquida no le alarmó. Su preocupación era la mesa sin florero y el desorden que esta ausencia significó para él. Me fui a otras tierras en donde, al haberme negado a seguir como florero, debí sembrar mi propio huerto, que es lo mismo, pero a mayor escala. No sería una mujer mantenida, pero sí una empoderada. Las paredes ya no me encerraban, tampoco era una forma de cristal. Ya era madera para mis frutos, flores, vegetales, nobles pinos y, a su vez, su maleza. Eso era ser mujer: caminar en la compañía del estar sola en este lado del planeta. Eso sigue siendo lo que me compete, el ser mujer que se aventura en tierras ajenas.

»Era complicado decirle a mi padre lo que hacía para vivir. No era lo adecuado para la vida de una mujer respetable, pues ‘¿se imagina qué van a decir cuando en el barrio se den cuenta?’ Siempre me lo imaginé pero nunca lo supe, prefería no saberlo. Prefería no saber lo que las viejas de la cuadra opinaban a lengua seca y sin tapujos. Prefería no saber nada de la familia y cómo, seguramente, se referían a mí como la oveja negra, como una mujerzuela, como una cualquiera. Prefería no escuchar y solo sentir las posibilidades de la nueva pradera. Pero las posibilidades eran lasmismas, solo que con un mejor maquillaje, llamado leyes.

»Quedé en embarazo y no de un hombre al que amaba. Fue de uno de los tantos empleadores. Este era un padre soltero de dos hijos, una rareza de dónde vengo. Este hombre era su propio florero. Eso me hizo pensar en la posibilidad de sentir mi cuerpo, con un hombre que no es ajeno a mi situación previa de vida. El romance no eran sus besos, era lo hermoso que me resultaban las similitudes en nuestras historias. Pero ese fue mi problema, pensé, como florero, cuando yo ya tenía mi recorrido como huerto.

»Mi padre no se enteró del embarazo, menos del parto o de mi ahora hijo de tres años. Solo ha sabido de mi trabajo como niñera que, a fin de cuentas, respeta, porque ‘de eso sí pueden vivir, las mujeres’. A sus ojos podía ser nuevamente un florero. Nunca le comenté que soy madre soltera, que, a pesar de haber tenido la oportunidad de un matrimonio, preferí quedarme en el huerto con mi hijo, entre mis cerezas. Y su muerte, la de aquel hombre que me enseñó lo que una hija debe hacer para su familia, solo me dolió cuando entre la pradera lloré con las hojas secas al darme cuenta de que ya no tengo la compañía de las montañas y, menos, de sus abrazos”.

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